RAFAEL MENDEZ DORICH
                                                                                
                                                                                  (1903-1973) 
                                                                                Rafael Méndez Dorich nació en Mendoza,  Argentina en 1903, pero se crió en Arequipa, al sud dei Perú. Por haberse  educado en un médio religioso, trató primero de abrazar la iglesia, pero se  desligo más tarde de este propósito y fué a trabajar en un ingenio azucarero.  También se ensayó en el ejército; no gustándole la disciplina, se dedico a  viajar durante cinco anos por Chile, la Argentina y el Uruguay. Tras esto se  aventuro en las selvas amazónicas. Hacia 1930 se junto con un grupo de  escritores y artistas revolucionários. Como resultado de sus actividades  políticas, él y veintitrés de sus camaradas fueron encarcelados en la isla  Frontón. Procedieron a decla-rarse en huelga de hambre y fueron puestos en  libertad. Mendez rompió a continuación con su grupo sobre cuestiones  relacionadas con el asesinato de Leon Trotzky en México. Desde entonces trabajó  para una companía naviera mientras revisava sus poemas. Sus versos no reflejan  sus actividades políticas y se inclinan a la escuela impresionista. Tienen un  carácter distinto del surrealismo y del nativismo, pues están plenos dei  sentido de las impresiones, enaltecido por metáforas ingeniosas. 
                                                                                 
                                                                                Fuente: ANTOLOGÍA DE LA POESÍA AMERICANA  CONTEMPORÁNEA - ANTHOLOGY OF CONTEMPORARY LATIN-AMERICAN POETRY.  Edited by Duddley Fitts.  Norfolk Conn. A New Directions Book,  1942.  667 p. Capa dura revestida de tecido. 
                                                                                          
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EN ESPAÑOL   -   TEXTOS EM PORTUGUÊS
                                                                                 
                                                                                        LLEVABA LA LÁMPARA
                                                                                
                                                                                  Llevaba la lámpara:
                                                                                    —"¡Que  no se apague nunca!" — decía
                                                                                    y  la apretaba contra su pecho
                                                                                    y  la luz más luz tenía.
                                                                                    —"¡Que  no se apague nunca!" — El viento
                                                                                    tenazmente  la zahería
                                                                                    y  la luz de la lámpara le quemaba los ojos,
                                                                                    pero  ella estaba contenta y reía:
                                                                                    —"¡Que  no se apague nunca!" — decía,
                                                                                    y  apretaba contra su pecho la lámpara enacendida.
                                                                                
                                                                                 
                                                                                        EL TELEGRAFISTA MUERTO
                                                                                
                                                                                  Detrás de la trincheira, después de la tragedia
                                                                                    que  llegó de improviso sin que nadie la viera,
                                                                                    con  los auriculares de caucho colocados
                                                                                    aún  en los oídos
                                                                                    y  el gesto siempre atento,
                                                                                    seguia  recibiendo órdenes
                                                                                    el  telegrafista muerto.
                                                                                    Como  un ejército
                                                                                    desorientado,  de recuerdos,
                                                                                    velaba  sus pupilas
                                                                                    el  algabeto Morse de los sueños.
                                                                                    Todavía  estava acústico
                                                                                    el  telegrafista muerto:
                                                                                    vibraban  los sonidos en sus manos abiertas
                                                                                    y  sus oídos fríos
                                                                                    percebían  la ondas del silencio.     
                                                                                
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EM PORTUGUÊS
                                                                                Tradução:  Antonio Miranda
                                                                                 
                                                                                
                                                                                    LEVAVA A LÂMPADA 
                                                                                   Levava uma lâmpada:
                                                                                    —"Que  não se apague nunca!"— dizia
                                                                                    e  a apertava contra o peito
                                                                                    e  a lâmpada mais luz fazia.
                                                                                    —"Que  não se apague nunca!"— O vento
                                                                                    tenazmente  apertava
                                                                                    e  a luz da lâmpada ardia nos olhos,
                                                                                    mas  ela estava contente e ria:
                                                                                    —"Que  não se apague nunca!"— dizia,
                                                                                    e  apertava contra seu peito a lâmpada acesa.
                                                                                
                                                                                 
                                                                                        O TELEGRAFISTA MORTO 
                                                                                
                                                                                  Detrás  da trincheira, depois da tragédia
                                                                                    que  chegou de improviso sem que alguém visse,
                                                                                    com  o fone de borracha colocado
                                                                                    ainda  nos ouvidos
                                                                                    e  o gesto sempre atento,
                                                                                    seguia  recebendo ordens
                                                                                    o  telegrafista morto.
                                                                                    Como  um exército
                                                                                    desorientado,  de lembranças,
                                                                                    velava  sus pupilas
                                                                                    o  alfabeto Morse dos sonhos.
                                                                                    Ainda  estava acústico
                                                                                    o  telegrafista morto:
                                                                                    vibravam  os sons em suas mãos abertas
                                                                                    e  seus ouvidos frios
                                                                                    percebiam  as ondas austrais do silêncio...    
                                                                                     
                                                                                  
                                                                                
                                                                                 
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