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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

JOSÉ JAVIER VILLARREAL

 


José Javier Villarreal nació  en Tijuana, Baja Califórnia, en 1959. Es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, máster por la University of Texas at ElPaso, doctor por el Colégio de Michoacán y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2006-2009). Ha publicado los libros de poesia: Estatua sumergida, Mar del Norte, La procesión, Portuária, Bíblica, Fábula y La santa.

 

Ha traducido a Ezra Pound, Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Czeslaw Milosz y Murilo Mendes. Desde 1998 produce y es locutor del programa de poesía Aventuras sigilosas, para Radio Nuevo León, 102.1 de FM. Ha recibido las siguientes distinciones: Premio de Poesia Aguascalientes, Premio Nacional de Poesia Alfonso Reyes y Premio a las Artes de la UANL.

 

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL    /    TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

De
VILLARREAL, José Javier.
Bíblica / Portuaria. 
Monterrey: CONARTE; México, DF:
 Ediciones El Tucán de Virginia, 2011. 
150 p.  ISBN978-607-7903-52-9
 

Encuentro

*Era la niebla que empañaba el brillo de mis ojos,
un hato de corderos despeñándose del sueño,
la mañana, el día, las brujas que incrustaban el azul de sus
         colmillos
hasta deambular sonámbulas por oscuros y diminutos
         campos de batalla...
Los güelfos vigilaban acechando como serpientes
         enroscadas los muslos de las vírgenes.
El día tras el resplandor del día bajo una lluvia que moja el
         pesado manto de las doncellas,
la mirada atenta de los muchachos.
Y todo esto en el centro mismo del mundo.


Nos vimos apenas un instante:
halcones suspendidos sobre la presa del deseo.

* Al abrir la puerta,
en la penumbra de la casa,
ese fantasma que te mira y se aleja.

 

 

De

José Javier Villarreal
La santa / A santa.
Tradução de Paulo Ferraz.  
Tlaquepaque,              Jalisco, México: Mantis editores;
 São Paulo, Brasil: Selo Sebastião Grifo, 2010. 
 265 p  ISBN 978-607-00-2306-4
 

 

MUSEO

 

         Suspiro distancia

arañando los faldones del cíelo.

Cisma o serial: veloz vertiente,

astilla en mano. Cuerpo se libera

y escurre entre las sábanas;

en el rincón, en la grama pisada por la ausencia.

En este país se decide mi destino,

el canto del hechizo, el estar sin ti que y a me mata.

Atormentado el salto del pez, la flor marchita

en la línea de mistério

que llega diáfana y pide un tazón de yogur

en la destilante causa del desayuno. Después, en

         paro,

o silencioso principio de semana, el acto de recordarte

en esa pila de papeles que golpea mi cabeza.

Pero el canto, aquellos goterones y la risa me

         devolvían

la calma, lo suave de la almohada, el perfume de

         tu cuerpo

inundando mis cajones de todos los días en estrictas

         horas de oficina.

Te veia

en jardines ocultos

suspirando entre losas y rosários,

en las verdinegras alfombras de palácio.

Y flaco yo de lejos contemplaba;

y tú,

pálida y gozosa, por los anillos del alma

me saludabas con tus brazos extendidos.

Daba vuelta,

aceleraba creyendo ver tu rostro, la turbadora

         sonrisa,

el clima aquel

que de mi cama a tu puerto

                            me acercaba.

 

 

II

 

         Con fuerza lo habías profanado, hincado

         en piedra

con ese jersey oscuro, bufanda suelta

al siniestro sinsentido.

Y recoger la servilleta,

husmear bajo la mesa y estar tan cerca, tan

         delicadamente cerca

de sus hipocampos y cigüeñas, de esas doncellas

         danzando:

vírgenes almidonando el cuello de la

camisa donde me guardas; de mi tan pequeñito

en esos lienzos por ti tan desplegados, tan

         refulgentes de sol

en los tendidos, en los balcones, cayendo en las

         terrazas,

abriendo lenguajes, palabras con sombra en la

         media tarde

como botes dormidos por esas garzas

preñadas

         a la luz del cuadro

                            a medio terminar...

Desayunas volviendo el rostro.

Tenso en mi dormitorio

despierto a las amapolas de tus labios,

rayados óculos en la mesa junto al diário
donde antes todo estuvo a la mano de los Médicis;

         los de la tarjeta

inagotable, aquella de los frescos y cuadros, de los

         mármoles y piedras,

la del fondo crediticio, la hipoteca y los papeles

         cantando la gloria de los güelfos,

el barómetro y la bola de cristal. Ahora, de pronto

se entiende y emprendes tu paso; uno tras otro,

tu necesidad de movimiento, las risas tras los

         árboles en el caer continuo de la nieve.

         Atrevimiento

por subir la cuesta.

El susurro de los ángeles

en esta noche con ausencia de ti.

                                      Sin ti me hallo

acongojado frente a estos cuadros que indiferentes

         me contemplan

por encontrarte tu tan lejos

a la orilla de un río que cruza esta ciudad donde

         los Médicis ignoran,

no recuerdan

         el contrato estipulado

a donde vine a buscarte.

Lejos te has ido, al otro lado del mundo, lejos de

         toda piedad

y surgiendo siempre

entre espumas de lechos no soñados.

 

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda

 

 

José Javier Villarreal nasceu em Tijuana, Baixa Califórnia, em 1959. É professor da Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, mestre pela University of Texas at ElPaso, doutor pelo Colégio de Michoacán e membro do Sistema Nacional de Creadores de Arte (2006-2009). Publicou os livros de poesia Estatua sumergida, Mar del Norte, La procesión, Portuária, Bíblica, Fábula e La santa.

Tradutor de Ezra Pound, Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Czeslaw Milosz e Murilo Mendes. Desde 1998 é produtor e locutor do programa de poesia Aventuras sigilosas, pra Radio Nuevo León, 102.1 FM. Obteve as seguintes distinções:Prêmio de Poesia Aguascalientes, Prêmio Nacional de Poesia Alfonso Reyes e Prêmio a las Artes de la UANL.



De

José Javier Villarreal
La santa / A santa.
Tradução de Paulo Ferraz.  
Tlaquepaque,              Jalisco, México: Mantis editores;
 São Paulo, Brasil: Selo Sebastião Grifo, 2010. 
 265 p  ISBN 978-607-00-2306-4

 

 

MUSEU

 

Suspirou distância

arranhando as fraldas do céu.

Cisma ou sinal: veloz vertente,

estilhaço na mão. Libera-se o corpo

que escorre entre os lençóis;

no rincão, na grama pisada pela ausência.

Neste país se decide meu destino,

o canto do feitiço, o estar sem ti que me mata.

Atormentado o salto do peixe, a flor murcha

na linha do mistério

que chega pálida e pede um pote de iogurte

na destilante razão do café da manhã. Depois,

         desocupado,

ou silencioso princípio de semana, o ato de te

         lembrar

nessa pilha de papéis que golpeia minha cabeça.

Mas o canto, aquelas goteiras e o riso me devolviam

a calma, o suave do travesseiro, o perfume do teu

corpo

inundando minhas gavetas cotidianas em estritas

horas de escritório.
Te via

em jardins ocultos

suspirando entre lajes e rosários,

nos tapetes verde-escuros de palácio.

E fraco de longe eu contemplava;

e tu,

pálida e gozosa, pelos anéis da alma

me saudavas com teus braços estendidos.

Retornava,

acelerava crendo ver teu rosto, o sorriso

         perturbador,

aquele clima

que de minha cama a teu porto

         me aproximava.

 

II

 

         Com força o profanaste, plantado na

         pedra

com esse jérsei escuro, cachecol solto

em sinistro sem sentido.

E recolher o guardanapo,

fuçar sob a mesa e estar tão perto, tão

         delicadamente perto

de seus hipocampos e cegonhas, dessas donzelas

         dançando:

virgens engomando o colarinho da

camisa onde me guardas; de mim tão pequenino

nessas telas por ti tão desdobradas, tão

         resplandecentes de sol

nos varais, nas sacadas, caindo nos terraços,

abrindo linguagens, palavras com sombra no meio
         da tarde
como botes adormecidos por essas garças
prenhes
         na luz do quadro
                            quase pronto...
Desjejuas virando a cara.

Tenso no meu quarto
atento às papoulas de teus lábios,
gafas rajadas na mesa junto ao Diário
onde antes tudo esteve à mão dos Médicis; os do
         cartão

sem limite, dos afrescos e quadros, dos mármores

         e pedras,

do fundo de investimentos, da hipoteca e dos

         papéis cantando a glória dos guelfos,

do barómetro e da bola de cristal. Agora, de

         imediato

se entende e empreendes teu passo; um após o

         outro,

tua necessidade de movimento, os risos atrás das

         árvores na queda contínua da neve,

         Atrevimento

por subir a encosta.

O sussurro dos anjos

nessa noite com tua ausência.

                                      Sem ti me encontro

amargurado diante destes quadros que

         indiferentes me contemplam

por estares tão longe

à margem de um rio que cruza esta cidade que os

         Médicis ignoram,

não se lembram

                   do contrato estipulado

aonde vim te buscar.

Pra longe partiste, pró outro lado do mundo, longe

         de toda piedade

e surgindo sempre

entre espumas de camas não dormidas.

 

 

De
VILLARREAL, José Javier.
Bíblica / Portuaria. 
Monterrey: CONARTE; México, DF:
 Ediciones El Tucán de Virginia, 2011. 


         Encontro

         *Era a neblina que embaçava o brilho dos meus olhos
         uma fazenda de cordeiros desprendendo-se do sonho,
         a manhã, o dia, as bruxas que encrustavam o azul
                   de seus colmilhos
         até deambular sonámbulos por escuros e diminutos
                   campos de batalha…
         Os güelfos vigiavam espreitando como serpentes
                   enroscadas em coxas de virgens.
         O dia detrás de resplendor  do dia numa chuva que molha
                  o pesado manto das donzelas,
         o olhar atento dos rapazes.
         E tudo isto bem no centro do mundo.


           

            *Ao abrir a porta
            na penumbra da cas,
            esse fantasma que te mira e se afasta.

 

 

II BIENAL INTERNACIONAL DE POESIA DE BRASÍLIA – Poemário. Org. Menezes y Morais.  Brasília: Biblioteca Nacional de Brasília, 2011.  s.p.  Ex. único.

 

 

Cabe ressaltar: a II BIP – Bienal Internacional de Poesia era para ter sido celebrada para comemorar o cinquentenário de Brasília, mas Governo do Distrito Federal impediu a sua realização. Mas decidimos divulgar os textos pela internet.         

 

 

UNA VEZ EN LA CIMA se contempla el paisaje:

las piedras sobre piedras que guardan y ocultan otras piedras;

los arbustos, las veredas, la arcilla,

los muertos que aún siguen manejando sus autos

o en autobuses, acompañados, con la idea constante del regreso

o de la aventura que se abre ante sus ojos cerrados.

Campo Alaska está a un costado; desde la carretera

no se ve, hay que desviarse, salir de ella, tomar un camino vecinal

que te lleva hasta él. Y hay tan poco que ver.

Una casa en ruinas que fue un hospital para tuberculosos y antes

una casa de gobierno, un cuarto para dementes,

una escuela que es casi nada; ruinas aquí y allá como piedras,

como arbustos que se mantienen de pie ante tanto viento, sol y frío

que se recargan contra ellos. Un depósito de agua sin agua, sin tuberías

que bajen a este campo que fue la casa de los

locos, antes un cuartel militar, ahora un museo sin mucho

que ofrecer: mamparas y fotografías, textos antropológicos en inglés,

flechas y más

piedras en cajas de cristal que no se distinguen de las que yacen afuera.

También hay una crónica de la construcción del camino nacional;

también está el anfitrión, el encargado de cobrar

los boletos y llevar el registro de los visitantes. Hace más de veinte años

ganó

algunos premios literarios; hoy convive con fantasmas, con una mujer

que se le acerca, cada vez más, y una niña recelosa que lo mira desde lejos.

No hay

mucho que ver; una clínica, también en ruinas,

una gasolinera irreconocible y el dato que el gobierno central, el de la

capital,

el de Venustiano Carranza, pagaba a sus empleados con pesos de oro

(sólo en el Distrito Norte, sólo en la frontera).

Hoy la actividad es el pan de dulce y los tacos a vapor, la caseta de peaje

que cobra catorce pesos con los cuales se realizan las mejoras municipales.

No hay más en Campo Alaska, no hay nada que ver en Campo Alaska.

Pero una vez que ya te has ido y extraviado los folletos de información

que te dieron. Cuando apagas la luz y cubres tu cuerpo con las cobijas de tu

         cama

te das cuenta de lo mucho que hay entre esas ruinas, de lo que no

alcanzaste a ver,

y ahora te acompaña.

 

 

 

ESTANDO LÁ EM CIMA se contempla a paisagem:

pedras sobre pedras que guardam e ocultam outras pedras;

os arbustos, as veredas, a argila,

os mortos que continuam dirigindo seus carros

ou em ônibus, acompanhados, com a ideia constante do regresso

ou da aventura que se abre aos seus olhos cerrados.

Campo Alaska está de um lado; desde a rodovia

não se vê, tem-se que desviar, sair dela, tomar um camino vicinal

que te leva até lá. E há tão pouco para ver.

Uma casa em ruinas que foi um hospital para tuberculosos e antes

uma casa de governo, um quarto para dementes,

uma escola que é quase nada; ruínas aquí e acolá como pedras,

como arbustos que se mantêm de pé enfrentando tanto vento, sol e frio

que se lançam contra eles. Um depósito de água sem água, sem

canos

que desçam a este campo que foi a casa dos

loucos, antes um quartel militar, agora um museu sem muito

que oferecer: biombos e fotografías, textos antropológicos em inglês,

         sinais e mais

pedras em caixas de cristal que não se distinguem das que jazem

lá fora.

Também tem uma crônica da construção do caminho nacional;

também está o anfitrião, o encarregado de cobrar

os ingresos e preencher o registro dos visitantes. Há mais de vinte

anos

         ganhou

 alguns prêmios literários; hoje convive com fantasmas, com uma mulher

que se lhe aproxima, cada vez mais, e uma menina receosa que o observa de longe.

                   Não há

muito o que ver; uma clínica, também em ruínas,

um posto de gasolina irreconhecível e o dado de que o governo central,

                                                                                          na capital,

do Venustiano Carranza, pagava seus empregados com patacas de ouro

(só no Distrito Norte, apenas na fronteira).

Hoje a atividade é o pão doce e os “tacos” a vapor, o posto de pedágio

que cobra quatorze pesos com os quais realizam as melhorias municipais.

Campo Alaska não há mais, não há mais nada que ver em Campo Alaska.

Mas se chegaste até lá e extraviaram-se os folhetos de informação

que te deram. Quando apagas as luzes e cobres teu corpo com os lençóis

de tua

cama

é que percebes o tanto que há entre as ruínas, o não conseguiste ver,

e que agora te acompanha.

 

 

LOS QUE DICEN SABER aseguran que la primera línea de un poema

llega dictada por los dioses,

después el poeta tiene que ir levantando el resto, excavando las zapatas,

amarrando los castillos,

trazando con la plomada ese pequeño horizonte que dará nivel a la

construcción;

tendrá que hacerse cargo del resto del poema,

que es casi todo, y que escapa al orden divino.

Sólo la primera, sólo el primer verso pertenece al reino de la inspiración,

lo que sigue se mide con las tablas del hombre,

con esas comparaciones y coincidencias que el poeta no se cansa de

establecer;

esas anécdotas, más soñadas que vividas, que,

con todo y poema,

a casi nadie interesan.

Sin embargo, el poema está ahí acompañando ese primer verso,

esa frase inspirada, dictada por el ángel -como diría otro poeta-,

en esa oscuridad, en ese espacio tan solo

que nos resulta el cielo cuando no hay luna ni estrellas.

Pero de pronto aparece esa luz, ese lucero que ilumina nuestra pequeñez

y nosotros, bajo esa luz tan intensa, nos sentimos todavía más solos,

pero descubrimos esas otras estrellas, más distantes y pálidas

-es cierto-

y creemos adivinar figuras y constelaciones

y nos vemos reflejados en ellas y la noche adquiere un sentido

haciendo que el día se nos prometa menos hostil.

El poema está ahí, en el cielo, brillando, con todos los materiales propios

de la tierra.

 

 

OS QUE DIZEM SABER garantem que a primeira linha de um poema

                                      vem ditada pelos deuses,

depois o poeta debe ir compondo o resto, escavando as

botas,

          aprumando os tijolos,

traçando com o prumo este reduzido horizonte que dará o nível à 

         construção;

deberá encarregar-se do resto do poema,

que é quase tudo, e que escapa do designio divino.

Apenas o primeiro, somente o primeiro verso pertence ao reino da

inspiração,

o que se segue mede-se com as tabelas do homem,

com essas comparações e coincidências que o poeta não se cansa de

         estabelecer;

essas estórias, mais sonhadas que vividas, que,

com tudo e poema,

a quase ninguém interessam.

No entanto, o poema está aí acompanhando esse primeiro verso,

essa frase inspirada, ditada pelo anjo — como diria um outro poeta—,

nessa obscuridade, nesse espaço tão ermo

que nos resulta o céu quando não há lua nem estrelas.

 

Mas de repente aparece essa luz, este luzeiro que ilumina nossa

pequenez

e nós, sob essa luz tão intensa, nos sentimos ainda mais sozinhos,

mas descobrimos essas outras estrelas, mais distantes e pálidas

— é certo —

e acreditamos adivinhar figuras e constelações

e nos vemos refletidos nelas e a noite adquire um sentido

 

fazendo que o dia se apresente menos hostil.

O poema está aí, no céu, brilhando, com todos os materiais

próprios

             da terra.

 

Página  publicada em março de 2011; ampliada e republicada em outubro de 2011. Ampliada em abril de 2019


 

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