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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ALFREDO PÉREZ ALENCART

 

 

         O poeta Alfredo Pérez Alencart  nasceu em Puerto Maldonado, Peru (1962), mas está radicado há anos  em  Salamanca, Espanha, onde é professor universitário desde 1987. Tradutor e ensaísta. Membro da Academia Castelhana e Leonesa da Poesia. Recebeu, pelo conjunto da obra, o Prêmio  Internacional de Poesia Medalha Vicente Gerbasi, do Círculo de Escritores de Venezuela, e o Prêmio de Poesia Juan Baños, de Valadoli. .Como poeta publicou   La voluntad enhechizada  (2001),   Madre selva  (2002),  Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon  (2003),  Pájaros bajo la piel del alma  (2006),  Hombres trabajando  (2007),  Cristo del alma  (2009),  Estación de las tormentas  (2009),  Savia de las Antípodas  ( 2009), Aquí hago justitia (2010) e Cartografia de las revelaciones (2011). Sua poesía tem sido traduzida para o portugués, alemão, inglês, russo, italiano, francês e outros idiomas.

            Teve publicado no Brasil, em 2011, o livro Cristo da alma (1), com tradução  e prefácio de  Cláudio Aguiar, posfácio de Carlos Nejar. A obra é dividida em  duas partes. A primeira,  Tenho Deus, compõe-se de  Em Nome do Filho, Em Nome do Pai e Em Nome do Espírito. A segunda,  Cristãos de Todos os Lugares, compõe-se de  Ocupação do Reino e Certificando a Partida. No final do livro há um poema no qual o poeta adverte: “Havia que disolver toda mazela/ enaltecida às vãs soberbas/ou sobre máscaras cheias de impiedade”.

 

 

 

 

TEXTO EM ESPAÑOL  -  TEXTO EM PORTUGUÊS

 

 

 

BRASIL

 

No deseo verte

sino sentirte mientras palpo tanta tierra tuya,

bien caliente aún temprano

donde nacen los ríos que escucho a mi espalda

y brotan las hojas y los árboles crecen deprisa

por esas tormentas de siempre

en todas partes, menos en el Nordeste

donde está el osario

de mi Alencar ciñéndome a tu suelo, emigrante

desde que empezó la sed,

cuerpo sobreviviente con parte de su sangre

asumiendo el nombre tuyo en la garganta,

nombre no de Patria ni de Tierra

Prometida:

(eso ya lo dice todo el mundo).

 

Creo que hoy, cuando te siento,

mi pecho se abre a lluvias

y sequías

para mostrar la vieja llave guardada en la diáspora.

O más bien, ¿no será mi saudade la que ondea

—en el pico de un guacamayo-

camino al centro de tu mestizo corazón?

 

Que otros vayan viendo tu epidermis:

yo quiero taparme los ojos con un sombrero de paja,

echado en el suelo para recibir la brisa del mar,

saboreando los abacaxis que venden en Janga,

sin tópicos que ahoguen mi aventura,

ni grasientas palabras desfallecientes

oídas en su falsa historia.

Yo quiero sentir tus cosas como un juramento

de pan y barro

y susurros de la tierra debajo de mis pasos

que aceleran hasta quedarse quietos

ahora que lo siento todo.

 

Digo: “Xapuri o Crato, Guajará-Mirim o Exú”,

y logro fusionar la selva y el sertão.

Converso con José Martiniano y él acepta

que su novia Iracema baile conmigo

en las arenas de Boa Viagem, entre la cuajada luz

de la luna y el adivinado perfil de África.

Digo “¡Tío Raulino!” y aparecen

mis sobrinos Huirá, Tainá y Raoní

con una foto del pariente enterrado en Curitiba.

 

Nada termina a la deriva por el cielo de este aliento.

Nada me hace traficar con la faz

de mis ancestros.

Oh lluvias, laven a gusto mi corazón trashumante

y aplaquen la quemadura de este espíritu

libre de otras confesiones.

Que nadie diga de mí que estoy ciego

por el sol de estas tierras,

y que estoy como buscando sombras

dentro de un sueño.

Yo no deseo verte, Brasil:

deseo que hierbas en mis labios sin bagunçar

y me derrames tu polen sin cacarejo,

y oigas el adiós de mis olvidos

porque esta voz ya no se te irá con la bruma

ni se refugiará en la alta copa oscura

de alguna medianoche.

 

Así regreso a ti una caliente Navidad,

assumido

que tú no eres mi Patria ni mi Tierra Prometida

y que por ti no tengo que cantar

con una máscara sucia

ni disfrazarme de acreano o cearense

de habla atrapalhada.

 

Tú,

Brasil,

eres algo mío

que sigue creciendo

en los relámpagos de mi infancia.

 

 

(a Celia y Cláudio Aguiar)

 

 

 

 

BRASIL

 

Não desejo ver-te

mas sim, sentir-te enquanto apalpo tanta terra tua,

bem quente ainda cedo

donde nascem os rios que escuto às minhas costas

e brotam as folhas e as árvores crescem depressa

por essas tempestades de sempre

em todas partes, menos no Nordeste

onde está o ossário

de meu Alencar ligando-me a teu solo, emigrante

desde que começou a sede,

corpo sobrevivente com parte de seu sangue

assumindo teu nome na garganta,

não nome de Pátria nem de Terra

Prometida:

(isso todo mundo já disse).

 

Creio que hoje, quando te sinto,

meu peito se abre às chuvas

e secas

para mostrar a velha chave guardada na diáspora .

Ou melhor, não será minha saudade que acena

— no bico de uma arara -

caminho ao centro de teu mestiço coração?

 

Que outros sigam vendo tua epidermes:

eu quero tapar-me os olhos com um chapéu de palha,

deitado no chão para receber a brisa do mar,

saboreando os abacaxis que vendem em Janga,

sem tópicos que afoguem minha aventura,

nem gordurosas palavras desestimuladoras

ouvidas em sua falsa história.

Eu quero sentir tuas coisas como um juramento

de pão e barro

y sussurros da terra debaixo de meus passos

que aceleram até ficarem quietos

agora que o sinto todo.

 

Digo: “Xapuri ou Crato, Guarajará-Mirim ou Exú”,

y consigo fundir a selva e o sertão.

Converso com José Martiniano e ele aceita

que sua noiva Iracema dance comigo

nas areias de Boa Viagem, entre a coalhada luz

da lua e o imaginado perfil da Africa.

Digo “Tio Raulino!” e aparecem

meus sobrinhos Huirá, Tainá e Raoni

com uma foto do parente sepultado em Curitiba.

 

Nada termina à deriva pelo céu deste alento.

Nada me faz traficar com a imagem

de meus ancestrais.

Oh chuvas, lavem abundantemente meu coração errante

e aplaquem a queimadura deste espírito

livre de outras confissões.

Que ninguém diga de mim que estou cego

pelo sol dessas terras,

e que estou buscando sombras

dentro de um sonho.

Eu não desejo ver-te, Brasil:

desejo que borbulhes em meus lábios sem bagunçar

e me derrames teu pólen sem cacarejo,

e escutes o adeus dos meus esquecimentos

porque essa voz já não irá com a bruma

nem se refugiará na alta copa escura

de alguma madrugada.

 

Assim regresso a ti em um cálido Natal,

assumido

que tu não és minha Pátria nem minha Terra Prometida

e que por ti não tenho que cantar

com uma máscara suja

nem disfarçar-me de acreano ou cearense

de fala atrapalhada.

 

Tu,

Brasil,

és algo meu

que segue crescendo

nos relâmpagos de minha infância.

 

 

(a Celia e Cláudio Aguiar)

 

(Traducción de David Leite)

 

 

 

JOSÉ DE ALENCAR BESA A IRACEMA

ENTRE LOS ÁRBOLES DE OLINDA

 

 

Sucede el amor como sucede la leyenda, casi soñando

bajo la sombra de unos árboles, enrojeciéndolos con el poder

torrencial del deseo, amansando

a quienes poco entienden de la cocción enternecida de la carne,

bautizando el porvenir del mestizaje brasileño,

primero en el Nordeste

que no tiene caprichos ni preciosos ropajes,

pero sí lumbres increíbles y unas plegarias repentinas

desbrozando cualquier vanagloria.

                                                     Ahora mismo

estoy viendo besarse a Iracema con José, resarciéndose

de tantas habladurías, tocándose

sin que mermen las edades ni se apague el incendio

que les depara el vértigo maravilloso del amor. Luiz Cláudio Aguiar

y Martim Soares me acompañan y dan fe

que estoy viendo esos cuerpos enardecidos, esas bocas

juntándose para gestar lo irresistible

bajo el ojo del sol que no es almohada

pero calienta la sangre, la torna romántica, la entreabre

hasta que desemboque entre los árboles

del antiguo convento de São Bento,

en una Olinda de deslumbrantes sortilegios

donde nadie queda mudo.

El amor en Olinda es un perpetuo

vértigo, una fosforescente llaga abierta de par

en par, un imperio de la imaginación que sobrevive en las alas

de otra verdad.

Estos besos son de primera magnitud,

pues se dan por primera vez: ya se desvelarán luego, cada uno,

sea pensando en la negra cabellera de Iracema

o en la frondosa barba de José Martiniano. Los enamorados

balbucean sus nombres,

develan sus secretos, se dejan llevar por el rito ancestral

que enciende firmamentos

cuando se aceleran los latidos.

¿Serán estos besos la víspera

de una boda? El mestizaje es el apogeo que en sus colmenas

liberó a Brasil y le concedió noches más espléndidas, hijos

al primer intento hasta la consumación suprema.

Iracema y José están fundando

el entusiasmo y los abrazos neutrales para que la existencia

no se caiga de las manos.

                                       Los veo entre los árboles de Olinda,

declarándose amor con la danza fervorosa de sus labios.

 

En Olinda sucede esta ofrenda,

esta noticia inefable que ahora ellos graban

sobre la corteza de un inmenso árbol.

 

Sucede el amor

como sucede la leyenda,

 

casi soñando.

 

 

(a François Silvestre de Alencar,

mi primo de Rio Grande do Norte)

 

 

 

 

 

José de Alencar beija Iracema

entre as árvores de Olinda

 

 

Sucede o amor como sucede a lenda, quase sonhando

sob a sombra de umas árvores, corando com o poder

torrencial do desejo, apascentando

a quem pouco entende da cozedura enternecida da carne,

batizando o porvir da mestiçagem brasileira,

primeiro no Nordeste

que não tem caprichos nem preciosas roupagens,

mas, sim, clarões incríveis e umas súplicas repentinas

desembaraçando qualquer vanglória.

                                                       Agora mesmo

estou vendo beijarem-se Iracema com José, reavendo

tantas tolices, tocando-se

sem que distingam as idades nem se apague o incêndio

que lhes proporciona o ápice maravilhoso do amor. Luiz Cláudio Aguiar

e Martim Soares me acompanham e dão fé

que estou vendo esses corpos excitados, essas bocas

juntando-se para gestar o irresistível

sob a luz do sol que não é aconchego

mas esquenta o sangue, o torna romântico, entreabrindo-o

até que desemboque entre as árvores

do antigo convento de São Bento,

em uma Olinda de deslumbrantes sortilégios

onde ninguém fica mudo.

O amor em Olinda é um perpétuo

ápice, uma fosforescente chaga aberta de par

em par, um império da imaginação que sobrevive nas asas

de outra verdade.

Esses beijos são de primeira magnitude,

pois acontecem pela primeira vez: logo serão descobertos, cada um,

seja pensando nos negros cabelos de Iracema

ou na farta barba de José Martiniano. Os amantes

balbuciam seus nomes,

revelam seus segredos, se deixam levar por um ritmo ancestral

que acendem firmamentos

quando se aceleram os corações.

Serão esses beijos véspera

de um casamento? A mestiçagem é o apogeu que, em suas colmeias,

libertou o Brasil e lhe concedeu noites mais esplêndidas, filhos

ao primeiro intento até a consumação suprema. 

Iracema e José estão concebendo

o entusiasmo e os abraços neutrais para que a existência

não lhes caia das mãos.

                                  Vejo-os entre as árvores de Olinda,

declarando-se amor com a dança fervorosa de seus lábios.

 

Em Olinda acontece essa oferenda,

essa notícia inexplicável que agora eles gravam

sobre a copa de uma imensa árvore.

 

Sucede o amor

como sucede a lenda

 

quase sonhando.

 

(a François Silvestre de Alencar,

meu primo do Rio Grande do Norte)

 

(Tradução de David Leite)

 

 

Página publicada em agosto de 2015

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
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