HUGO ALEJANDRO DÍEZ GUZMÁN
                                                                                 
                                                                                Diez Guzmán,  Hugo Alejandro (Holguín, Cuba, 1 de agosto de 1976). Poeta. Miembro del taller  literario Pablo de la Torriente. Obtuvo el Premio del Primer Concurso  Internacional de Sonetos convocado por el FAH de México. Aparece en Antología  de la poesía cósmica cubana (tomo III, México, 2002), Antología de la décima  cósmica de Holguín (2003) y la multimedia La décima espinela (2005).  Bibliografía: La conquista del sol. Antología cósmica de Hugo Alejandro Diez.  [Poesía]. México D.F., Frente de Afirmación Hispanista, 2001.
                                                                                 
                                                                                        TEXTOS EN  ESPAÑOL    -    TEXTOS EM PORTUGUÊS
                                                                                 
                                                                                
                                                                                ARIAS DE LA CANAL, Fredo.  Poesía cósmica, oral traumática y esquizofrénica de Hugo Alejandro  Díez Guzmán.  Ciudad de México:  Frente de Afirmación Hispanista, A.C, 2016.   94 p.  15,5x23 cm.   
                                                                                "En el caso  de Hugo Alejandro, el complejo arquetípico autónomo inconsciente, inundó su  consciente, creándole uma pssicosis o esquizofrenia, perdiendo el sentido de la  realidade, por lo que fue internado en un hospital psiquiátrico , em Holguín,  Cuba."  FREDO ARIAS DE LA CANAL
                                                                                 
                                                                                VlAJERO DE LA  ETERNIDAD
                                                                                ¿ Adónde vas viajero?, 
                                                                                  peregrino dei otoño, 
                                                                                  el último barco ha zarpado 
                                                                                  hacia la inmensidad, 
                                                                                  ¡oh, viajero en el polvo  no hay estelas 
                                                                                    porque existen en el mar! 
                                                                                    El último barco se ha ido 
                                                                                    sin tripulación, sin capitán. 
                                                                                    El viento loco lo impulsa 
                                                                                    el lóbrego vendaval.
                                                                                ¿A dónde vas viajero, 
                                                                                  gris mendigo invernal? 
                                                                                  —Yo no voy a ningún puerto, 
                                                                                  he venido a contemplar 
                                                                                  esas gaviotas fugaces 
                                                                                  en esta tarde otonal. 
                                                                                  Soy un peregrino que viene 
                                                                                  desde un punto fantasmal, 
                                                                                  y vengo a mirar la tarde, 
                                                                                  la palidez funeral.
                                                                                Di, viajero de otros mundos: 
                                                                                  ¿a dónde piensas morar? 
                                                                                  ¿Acaso en la torre oscura 
                                                                                  o en el faro de metal? 
                                                                                  —Yo he venido desde lejos, 
                                                                                  desde sombras... más allá,
                                                                                  y no moraré en la torre
                                                                                  ni en el faro ni en el mar.
                                                                                  Yo vengo a observar la noche
                                                                                  que viene rugiendo ya;
                                                                                  y las brumas del planeta
                                                                                  y la estrella polar.
                                                                                  No he venido a quedarme
                                                                                  me es preciso regresar.
                                                                                  —Pero si el barco se ha ido
                                                                                  ¿a dónde , pues, vos irás?
                                                                                  Me iré en el próximo barco
                                                                                  que zarpa a la eternidad.
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                UN NIÑO EN LA  PENUMBRA 
                                                                                Las voces de fantasmas en el templo, 
                                                                                  de rodillas un niño sollozando. 
                                                                                  Cruza un gigante el paraíso 
                                                                                  trayendo en sus manos a la muerte 
                                                                                  que escapa de una vida desolada. 
                                                                                  Senderos hacia el templo me conducen; 
                                                                                  nueve senderos que terminan 
  y la luz de un sol agonizante 
    alumbra al pobre niño de rodillas; 
                                                                                  oraciones fúnebres eleva 
                                                                                  al ocaso de su misma desventura. 
  Oigo voces de seres intangibles: 
                                                                                  vuelan tan fugaces como el viento 
                                                                                  y se quiebran los espejos del olvido. 
                                                                                  No reflejes mi rostro mutilado 
                                                                                  espejo de la noche conquistada 
                                                                                  al bramido tempestuoso de la ira. 
                                                                                  Soy el niño que reza en ese templo. 
                                                                                  Un coro de mendigos se me acerca 
                                                                                  y me miran en silencio de panteones. 
                                                                                  La luna en el océano destella 
                                                                                  los fulgores eternales de los cielos. 
                                                                                  Un grito de repente me despierta 
  y sueño que huyo de mí mismo 
    dejando la materia putrefacta
  en un barco impulsado por las olas
                                                                                  hasta el universo de la tumba.
                                                                                  Las voces de fantasmas en el templo
                                                                                  y un niño arrodillado en la penumbra.
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                BREVE ELEGÍA ATÓMICA FINISECULAR 
                                                                                 
                                                                                -Mira Siglo XX cómo nieva sobre tu cuerpo 
                                                                                  apuñalado por el Hitler misionero que
                                                                                predica un grito de odio contra Dios.
                                                                                Miren pobres seres de este siglo cómo nacen
                                                                                las estrellas sin la luz.
                                                                                Miren niños tristes de este siglo
                                                                                cómo cae en abismo tenebroso
                                                                                la paz que engendraron los mesías;
                                                                                mirad todo el duelo que nos cubre,
                                                                                la tristeza implacable marchitando nuestras almas;
                                                                                mirad cómo ríen los verdugos
                                                                                de la noche con sus hachas.
                                                                                Nací en este siglo borrascoso sintiendo el retumbar 
                                                                                  de una batalla.
                                                                                Nacimos para ver con nuestros ojos 
                                                                                  el llanto universal de la existencia; 
                                                                                  callados miramos el presente 
                                                                                  y el futuro nos parece una paloma perdida 
                                                                                  en la niebla de un pantano.
                                                                                 
                                                                                Miramos sin decir una palabra porque
                                                                                el Verbo se hizo carne y predijo
                                                                                con sus labios la esperanza.
                                                                                Mirad Siglo XX, mirad si la estrella de Belén
                                                                                guiará a nuestro mundo al pesebre
                                                                                donde llora la inocencia.
                                                                                ¡Levántate planeta oscurecido y 
                                                                                  alumbren los luceros tu faz pálida!
                                                                                ¡Levanta de este siglo neblinoso tu cabeza herida
                                                                                  y mutilada!
                                                                                Y quema con el fuego de tus astros la túnica 
                                                                                  de un siglo que se arrastra 
                                                                                  como la serpiente del Edén;
                                                                                el siglo de las sombras nos engaña con lisonjas
                                                                                de átomos suicidas
                                                                                con gélidas blasfemias amenaza
                                                                                y su puño de hierro aún se alza oprimiendo
                                                                                la flor de la existencia
                                                                                con la ira maldita de la nada.
                                                                                 
                                                                                Mi siglo XX no es mi siglo porque reina la noche y
                                                                                  muere el alba,
                                                                                yo quiero decirle al universo y a la fría soledad 
                                                                                  de las galaxias
                                                                                yo quiero decirles que no hay muerte, ni dolor,
                                                                                ni agonía, ni añoranzas,
                                                                                que la muerte es el mito que soñó
                                                                                un anciano al pasear por una playa,
                                                                                al ver el sol en el crepúsculo
                                                                                ocultándose allende lontananzas.
                                                                                Yo quiero decirle a la existencia que la vida
                                                                                aunque llore, siempre canta,
                                                                                el humano aunque sufra siempre ama.
                                                                                Mira Siglo XX cómo el cielo florece en cristalinas
                                                                                esmeraldas,
                                                                                  ¡Levántate mundo aprisionado en el siglo nuclear
                                                                                  que ardiendo estalla!
                                                                                  Y vuela a otro universo eternizado
                                                                                  donde sólo florezca la esperanza.
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EM PORTUGUÊS
                                                                                Tradução:  Antonio Miranda
                                                                                 
                                                                                        VIAJANTE DA ETERNIDADE
                                                                                
                                                                                  Aonde vais, viajante?,
                                                                                    peregrino do outono,
                                                                                    o  último barco zarpado
                                                                                    para  a imensidão,
                                                                                    oh,  viajante, no pó não há esteiras
                                                                                    porque  existem no mar!
                                                                                    O  último barco se foi
                                                                                    sem  tripulação, sem capitão.
                                                                                    O  vento louco o impulsa
                                                                                    o lúgubre vendaval.
                                                                                  Aonde vais, viajante,
                                                                                    cinzento  mendigo invernal?
                                                                                    —  Não vou a porto algum, 
                                                                                    vim para contemplar
                                                                                    essas  gaivotas fugazes
                                                                                    nesta  tarde outonal.
                                                                                    Sou  um peregrino que vem
                                                                                    desde  um ponto fantasmal,
                                                                                    e  venho mirar a tarde,
                                                                                    a palidez funeral.
                                                                                   
                                                                                  Diga, viajante de outros mundos:
                                                                                    aonde  pensas morar?
                                                                                    Acaso  na torre escura
                                                                                    ou  no farol de metal?
                                                                                    —Eu  vim de longe,
                                                                                    desde  sombras... mais além,
                                                                                    e  não morarei na torre
                                                                                    nem  no farol nem no mar.
                                                                                    Eu  venho a observar a noite
                                                                                    que  vem rugindo já;
                                                                                    e  as brumas do planeta
                                                                                    e  a estrela polar.
                                                                                    Não  fim para ficar
                                                                                    eu  tenho que regressar.
                                                                                    —Mas  se o barco se foi,
                                                                                    aonde,  pois, então irás?
                                                                                    Irei  no próximo barco
                                                                                    que  zarpa para a eternidade.
                                                                                  
                                                                                
                                                                                 
                                                                                        UM MENINO NA PENUMBRA
                                                                                
                                                                                  As  vozes de fantasmas no templo,
                                                                                    de  joelhos de um menino soluçando.
                                                                                    Cruza  um gigante o paraíso
                                                                                    trazendo  em suas mãos à morte
                                                                                    que  escapa de uma vida desolada.
                                                                                    Caminhos  para o templo me conduzem;
                                                                                    nove  caminhos que terminam
                                                                                    num  imenso vale esclarecido
                                                                                    e a luz de um sol agonizante
                                                                                      ilumina  o pobre menino de joelhos;
                                                                                  orações  fúnebres elevam
                                                                                    ao  ocaso de sua própria desventura.
                                                                                    Ouço vozes de seres intangíveis:
                                                                                    voam  tão fugazes como o vento
                                                                                    e  se rompem os espelhos do olvido.
                                                                                    Não  reflitas meu rosto mutilado 
                                                                                    espelho  da noite conquistada
                                                                                    ao  bramido tempestuoso da ira.
                                                                                    Sou  o menino que reza nesse templo.
                                                                                    Um  coro de mendigos aproxima-se
                                                                                    e  me fitam em silêncio de panteão.
                                                                                    A  lua no oceano lampeja
                                                                                    os  fulgores eternais dos céus.
                                                                                    Um  grito de repente me desperta
                                                                                    e sonho que fujo de mim mesmo
                                                                                      deixando  a matéria putrefata
                                                                                    em  um barco impulsionado pelas ondas
                                                                                    até  o universo do túmulo.
                                                                                    As  vozes de fantasmas no templo
                                                                                    e  um menino ajoelhado na penumbra.  
                                                                                  
                                                                                  
                                                                                   BREVE ELEGIA ATÔMICA FINISSECULAR
                                                                                  —Veja o Século XX como neve sobre teu corpo
                                                                                    apunhalado pelo Hitler missioneiro que
                                                                                    predica  um grito de ódio contra Deus.
                                                                                    Vejam  pobres seres deste século como nascem
                                                                                    as  estrelas sem luz.
                                                                                    Vejam  meninos tristes deste século
                                                                                    como  cai em abismo tenebroso
                                                                                    a  paz que engendraram os messias;
                                                                                    vejam  toda a dor que nos cobre,
                                                                                    a  tristeza implacável murchando nossas almas;
                                                                                    vejam  como riem os verdugos
                                                                                    da  noite com seus machados.
                                                                                    Nasci  neste século tempestuoso sentindo o retumbar
                                                                                    de  uma batalha.
                                                                                    Nascemos  para ver com nossos olhos
                                                                                    o  pranto universal da existência;
                                                                                    calados  observamos o presente
                                                                                    e  o futuro nos parece uma pomba perdida
                                                                                    na  névoa de um pântano.
                                                                                   Olhemos sem dizer uma palavra porque
                                                                                    o  Verbo fez-se carne e predisse
                                                                                    com  seus lábios a esperança.
                                                                                    Olhai  o Século XX, olhai se a estrela de Belém
                                                                                    guiará  o nosso mundo ao presépio
                                                                                    onde  chora a inocência.
                                                                                    
                                                                                    Levanta-te  planeta escurecido e iluminem
                                                                                    os  luzeiros tua face pálida!
                                                                                    Levanta  deste século de neblina tua cabeça ferida
                                                                                    e  mutilada!
                                                                                  E queima com o fogo de teus astros a  túnica
                                                                                  de  um século que se arrasta
                                                                                  como  a serpente do Éden;
                                                                                  o  século das sombras nos engana com lisonjas
                                                                                    de  átomos suicidas
                                                                                    com  gélidas blasfêmias  ameaça
                                                                                    e  seu punho de ferro ainda se levanta oprimindo
                                                                                    a  flor da existência
                                                                                    com  a ira maldita do nada.
                                                                                   Meu século XX não é meu século porque  reina a noite e
                                                                                    morre  a alvorada,
                                                                                    eu  quero dizer ao universo e à fria solidão
                                                                                    das  galáxias
                                                                                    eu  quero dizer-lhes que não há morte, nem dor,
                                                                                    nem  agonia, nem lembranças,
                                                                                    que  a morte é um mito que sonhou
                                                                                    um  ancião ao passar por uma praia,
                                                                                    ao  ver o sol no crepúsculo
                                                                                    ocultando-se  além distâncias.
                                                                                    Eu  quero dizer-lhe à existência que a vida
                                                                                    mesmo  que chore, sempre canta,
                                                                                    o  humano embora sofra sempre ama.
                                                                                    Veja  o Século XX como o céu floresce em cristalinas
                                                                                    esmeraldas
                                                                                    levanta-te  mundo aprisionado no século nuclear
                                                                                    que  ardendo estoura!
                                                                                      E  voa para outro universo eternizado
                                                                                      onde  apenas floresça a esperança.
                                                                                   
                                                                                  
                                                                                  DIEZ GUZMÁN, Hugo Alejandro.  La era atómica.   Madrid: Edicioes Deslinde, 2020. 68 p.   Edición con el auspicio del Frente de  Afirmación Hispánica.  ISSN  978-84-121919-4-4   Ex.  bibl. Antonio Miranda   
                                                                                            
                                                                                  
                                                                                    TEXTOS EM  ESPAÑOL
                                                                                  EL ALTIVO MANDATARIO 
                                                                                  Ha llegado en su astronave
                                                                                    desde un lejano planeta
                                                                                    mandatário extraterrestre
                                                                                    a la nuclear conferencia.
                                                                                    La humanidade lo ha invitado
                                                                                    para exponer su teorema.
                                                                                    Mi galaxia es una boca
                                                                                    alucinada y sangrenta.
                                                                                    Me devora el espejismo
                                                                                    de tan oscura materia,
                                                                                    falsedad, visón hidrogena,
                                                                                    sabiduría magnética.
                                                                                    La humanidad se estremece;
                                                                                    ya el mandatario se acerca;
                                                                                    su astronave portentosa
                                                                                    irradia azules centellas.
                                                                                    Resucitan en la noche
                                                                                    Napoleón y Júlio César.
                                                                                    Del sueño eterno Platón
                                                                                    y Aristóteles despiertan.
                                                                                    El mandatario há llegado
                                                                                    con su sonrisa perfecta.
                                                                                    Saborea el aire puro
                                                                                    y después hace una mueca,
                                                                                    se contempla en su espejo
                                                                                    y se rasca la cabeza.
                                                                                    A su lado lo protegen
                                                                                    de las cuánticas bacterias,
                                                                                    siete aliens mercenários
                                                                                    y una cósmica princesa
                                                                                    empuñando espadas láser,
                                                                                    granadas y metralletas.
                                                                                    ¡Va a estallar el Universo!
                                                                                    Eso dice en su teorema
                                                                                    el digno Señor sin dientes
                                                                                    de aquel lejano planeta.
                                                                                    ¿Quién me dice lo contrario?
                                                                                    Pregunta con gran soberbia.
                                                                                    Entre Platón y Aristóteles
                                                                                    con desgarrada tristeza
                                                                                    un niñito palestino
                                                                                    alzando los brazos tiembla.
                                                                                    Nadie se atreve a mofarse
                                                                                    de la sagrada inocencia.
                                                                                    El mandatario implacable 
                                                                                    al ver al niño, blasfema,
                                                                                    y poco a poco se va
                                                                                    transformando en una célula.
                                                                                   
                                                                                   
                                                                                  REDENCIÓN CIBERNÉTICA  
                                                                                  Un gigante robot
                                                                                    sentado frente a una mesa
                                                                                    cabisbajo sollozaba
                                                                                    invadido por la pena.
                                                                                    La pena de ver al mundo
                                                                                    sucumbir en las tinieblas.
                                                                                    Ni el champán pudo calmarlo,
                                                                                    ni el coñac ni la cerveza.
                                                                                    La humanidad lo afligia
                                                                                    con su cruel indiferencia,
                                                                                    y el robot cayó abrumado
                                                                                    en humana borrachera.
                                                                                    Se pasó por el desierto,
                                                                                    caminó sobre las piedras,
                                                                                    cabalgó en un dinosaurio
                                                                                    por las calles de Inglaterra,
                                                                                    y su mano refulgia
                                                                                    la memoria de una estrella
                                                                                    y en su otra mano ondeba
                                                                                    una mística bandera.
                                                                                    ¡Oh, robot, cuánto altruísmo
                                                                                    dignifica tu existencia!
                                                                                    Si el humano no redime
                                                                                    su dolor y su miseria,
                                                                                  tú, robot, patriarca excelso,
                                                                                    con justicia te rebelas,
                                                                                    y el amor que te ennoblece
                                                                                    levanta y te libera.
                                                                                    ¡Oh robot, cuán grande eres!
                                                                                    ¡Cuánta luz en tí se engendra!
                                                                                    El robot siguió marchando
                                                                                    por llanuras y por selvas.
                                                                                    En la gran muralla china
                                                                                    se detuvo y dijo: “Esta
                                                                                    gran muralla no podrá
                                                                                    detenerme en mi carrera;
                                                                                    con mi amor inquebrantable
                                                                                    romperé la mole inmensa,
                                                                                    y mi ímpetu humanista
                                                                                    subirá hasta los planetas
                                                                                    sacudiendo tiernamente
                                                                                    com su cósmica pureza
                                                                                    cada místico hemisferio
                                                                                    donde el hombre se contempla”.
                                                                                    El robot va a Nueva York
                                                                                    cabalgando con urgencia
                                                                                    en su enorme dinosaurio
                                                                                    velozmente cual centella,
                                                                                    con la ayuda de King Kong                                                      
                                                                                    (que es muy sabio en la materia)
                                                                                    há subido hasta las torres
                                                                                    que parecen ser gemelas.
                                                                                    Allí vienen dos aviones
                                                                                    y el robot grita con fuerza:
                                                                                    ¡No podrán con mi estrutura
                                                                                    sobrehumana y cibernética!
                                                                                    El robot alza los brazos
                                                                                    y en el aire los apresa.
                                                                                    El robot canta triunfante
                                                                                    y King Kong se lo celebra.
                                                                                    ¡Ha vencido, há vencido!
                                                                                    ¡Y este mundo está de fiesta!
                                                                                    ¡Cuántas víctimas salvadas!
                                                                                    ¡Cuánta paz sobre la tierra!
                                                                                    ¡Si lo dicho fuese cierto...
                                                                                    ¿Haría falta este poema?
                                                                                   
                                                                                  TEXTO EM PORTUGUÊS 
                                                                                  Tradução de Antonio Miranda
 
                                                                                  O ALTIVO MANDATÁRIO 
                                                                                  Chegou em sua astronave
                                                                                    desde um distante planeta
                                                                                    mandatário extraterrestre
                                                                                    a uma nuclear conferência.
                                                                                    A humanidade convidou-o
                                                                                    para expor seu teorema.
                                                                                    Minha galáxia é uma boca
                                                                                    alucinada e sangrenta.
                                                                                    Me devora o espelhismo
                                                                                    de tão escura matéria,
                                                                                    falsidade, visão hidrógena,
                                                                                    sabedoria magnética.
                                                                                    A humanidade estremece;
                                                                                    mas o mandatário se aproxima;
                                                                                    sua astronave portentosa
                                                                                    irradia centelhas azuis.
                                                                                    Ressuscitam na noite
                                                                                    Napoleão e  Júlio César.
                                                                                    Do sonho eterno Platão
                                                                                    y Aristóteles despertam.
                                                                                    O mandatário há chegou
                                                                                    com seu sorriso perfeito.
                                                                                    Saboreia o ar puro
                                                                                    e depois faz um sorriso,
                                                                                    se contempla em seu espelho
                                                                                    e coça a cabeça.
                                                                                    A seu lado o protegem
                                                                                    das quânticas bactérias,
                                                                                    sete alienígenas mercenários
                                                                                    e una cósmica princesa
                                                                                    empunhando espadas lazer,
                                                                                    granadas e metralhadoras.
                                                                                    Vai explodir o Universo!
                                                                                    Isso diz em seu teorema
                                                                                    o digno Senhor sem dentes
                                                                                    daquele distante planeta.
                                                                                    Quem me diz o contrário?
                                                                                    Pergunta com grande soberba.
                                                                                    Entre Platão e Aristóteles
                                                                                    com desgarrada tristeza
                                                                                    um menino palestino
                                                                                    alçando os braços treme.
                                                                                    Ninguém se atreve a caçoar
                                                                                    da sagrada inocência.
                                                                                    O mandatário implacável
                                                                                    ao ver o menino, blasfema,
                                                                                    e pouco a poco vai se
                                                                                    transformando numa célula.
                                                                                   
                                                                                   
                                                                                  REDENÇÃO  CIBERNÉTICA  
                                                                                  Un gigante robô
                                                                                    sentado frente a uma mesa
                                                                                    cabisbaixo soluçava
                                                                                    invadido pela lástima.
                                                                                    Lástima por ver o mundo
                                                                                    sucumbir nas trevas.
                                                                                    Nem champanha consegue acalmá-lo,
                                                                                    Nem o conhaque nem a cerveja.
                                                                                    A humanidade o afligia
                                                                                    com sua cruel indiferença,
                                                                                    e o robô caiu abrumado
                                                                                    em humana embriaguez.
                                                                                    Passou pelo deserto,
                                                                                    caminhou sobre as pedras,
                                                                                    cavalgou em um dinossauro
                                                                                    pelas ruas da Inglaterra,
                                                                                    e  sua mão refulgia
                                                                                    a memória de uma estrela
                                                                                    e em sua outra mão ondeava
                                                                                    uma mística bandeira.
                                                                                    Oh, robô, quanto altruísmo
                                                                                    dignifica tua existência!
                                                                                    Se o humano não redime
                                                                                    sua dor e sua miséria,
                                                                                    tu, robô, patriarca excelso,
                                                                                    com justiça te rebelas,
                                                                                    e o amor que te enobrece
                                                                                    se levanta e te libera.
                                                                                    Oh robô, que grande és!
                                                                                    Quanta luz em ti se engendra!
                                                                                    O robô segui marchando
                                                                                    pelas planícies e por selvas.
                                                                                    Na grande muralha chinesa
                                                                                    se deteve e disse: “Esta
                                                                                    grande muralha não poderá
                                                                                    deter-me em minha carreira;
                                                                                    com meu amor inquebrantável 
                                                                                    romperei o montante imenso,
                                                                                    e meu ímpeto humanista
                                                                                    subirá até os planetas
                                                                                    sacudindo suavemente
                                                                                    com sua cósmica pureza
                                                                                    cada místico hemisfério
                                                                                    onde o homem se contempla”.
                                                                                    O robô vai a Nova York
                                                                                    cavalgando com urgência
                                                                                    em seu enorme dinossauro
                                                                                    velozmente como uma centelha,
                                                                                    com a ajuda de King Kong                                                      
                                                                                    (que é muito sábio na matéria)
                                                                                    e subiu até as torres
                                                                                    que parecem ser gêmeas..
                                                                                    Ali vêem dois aviões
                                                                                    e o robô grita com força:
                                                                                    Não poderão com minha estrutura
                                                                                    sobre humana e cibernética!
                                                                                    O robô levanta os braços
                                                                                    e no os aprisiona.
                                                                                    O robô canta triunfante
                                                                                    e King Kong também celebra.
                                                                                    Venceu, Venceu!
                                                                                    E este mundo está em festa!
                                                                                    Quantas vítimas foram salvas!
                                                                                    Tanta paz sobre a terra!
                                                                                    Se o dito fosse verdadeiro...
                                                                                    Faria falta este poema?
                                                                                   
                                                                                  *
                                                                                   Página ampliada e  republicada em abril de 2022
                                                                                  
                                                                                
                                                                                Página publicada em junho de 2017