RAUL OTERO REICHE
                                                                                (1906-1976)
                                                                                 
                                                                                Poeta,  ensayista y periodista boliviano. La poesía fue el terreno en el que centró su  creatividad, aunque su obra abarca otros géneros literarios. Es autor de  numerosas letras de himnos y canciones. Obtuvo primeros premios en certámenes  locales, nacionales e internacionales. Entre otras condecoraciones recibió el  Cóndor de los Andes y la presea Gran Orden Boliviana de la Educación. Fue  miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua. Fue docente en el  colegio Nacional Florida y en la Uagrm y dirigió las dos primeras radioemisoras  de Santa Cruz, la Oriente y la Florida, ejerció como director del periódico La  Unión.
                                                                                Nació  el 20 de enero de 1906 en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Hijo de Samuel  Otero Iturralde y Raquel Reiche Arana. Bachiller del colegio Nacional Florida,  estudió en la Escuela de Bellas Artes de La Paz y después en la facultad de  Derecho de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno.
                                                                                Se  reveló como poeta en 1925, publicando sus primeros versos en "El  Oriente" y "El Progresista".   (...) En las tres últimas décadas aparecen sucesivamente sus libros:  "Poesías Estampas" (1964), "Lira Maternal" (1965),  "Fundación en la llanura" (1967), "Soledad Iluminada"  (1972), "Adiós, amable ciudad vieja" (1973), "América y otros  poemas" (1977). Es bastante lo publicado solamente en periódicos y  revistas y no poco lo inédito hasta hoy.
                                                                                Falleció en  Santa Cruz el 29 de enero de 1976.
                                                                                  Fuente: www.ecured.cu/
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EN ESPAÑOL   -   TEXTOS EM PORTUGUÊS
                                                                                 
                                                                                Canto del hombre de la selva
                                                                                 
                                                                                Yo soy la selva indómita, 
                                                                                la tempestad de aromas de la tierra 
                                                                                insurgiendo en galopes de torrentes. 
                                                                                Por mis venas sonoras 
                                                                                fluye el perfume líquido del sol, 
                                                                                padre del fuego.
                                                                                 
                                                                                Mi pensamiento fulge en llamaradas de  estrellas. 
                                                                                Nací del parto de oro 
                                                                                de la tormenta verde. 
                                                                                No me falta ni el látigo del rayo, 
                                                                                ni las riendas del viento, 
                                                                                para ser el jinete de la aurora 
                                                                                con mi poncho de nubes 
                                                                                y la guitarra de cristal del río 
                                                                                sobre los hombros anchos del infinito.
                                                                                 
                                                                                Yo soy el que esperaban 
                                                                                los jaguares manchados de luceros, 
                                                                                los toros ígneos de crepúsculos, 
                                                                                los caimanes de hierro, 
                                                                                las palomas de seda, 
                                                                                para la transfusión de sangres bárbaras.
                                                                                 
                                                                                Yo soy el arquetipo de esta raza salvaje 
                                                                                que quiso limitar el horizonte, 
                                                                                pisar el borde mismo del planeta 
                                                                                y con el cigarro entre los labios 
                                                                                dejarse caer, 
                                                                                dejarse arrebatar súbitamente 
                                                                                por la inmensa cachuela del espacio.
                                                                                 
                                                                                Hombre de la llanura sin fin, 
                                                                                más larga que la vista, 
                                                                                más amplia que mis brazos extendidos 
                                                                                en una imploración de pueblos.
                                                                                 
                                                                                La extensión se me escapa de las manos, 
                                                                                rojas de palmear en el vacío 
                                                                                para que nos escuchen los silencios. 
                                                                                Tengo en los ojos 
                                                                                los diamantes de nuestras minas de chiquitos, 
                                                                                la Cólquide oriental, 
                                                                                la que da chonta para el arco 
                                                                                y guayacán para la hoguera.
                                                                                 
                                                                                Mi corazón es la colmena 
                                                                                y mi cerebro el hormiguero. 
                                                                                Vibran mis músculos de boa, 
                                                                                se abren cantando mis arterias. 
                                                                                Mis labios sangran en el grito de luz 
                                                                                y aroma del clavel.
                                                                                 
                                                                                Yo soy el hombre de la selva, 
                                                                                perfume, cántico y amor, 
                                                                                pero encendido de relámpagos, 
                                                                                pero rugiendo de huracanes. 
                                                                                Yo soy un río de pie.
                                                                                 
                                                                                         Se iba la  noche...
                                                                                
                                                                                  He roto los cristales de la noche
                                                                                    golpeando  con las alas de algún sueño.
                                                                                    Mis  artérias abiertas en Rosales
                                                                                    desangran  el perfume de la aurora.
                                                                                  Rocío  del Rosario,
                                                                                    pastorcilla  de estrelas y luceros,
                                                                                    quiebro  en el arroyuelo del silencio
                                                                                    la  cántara de planta de la luna.
                                                                                  Se  licúa el espejo
                                                                                    sonoro  del espacio.
                                                                                  Tiembla  el bosque en un vuelo de campanas
                                                                                    sacudidas  a prisa por el viento.
                                                                                  Un  pájaro en el río de esmeralda
                                                                                    y  después en el árbol de la aurora
                                                                                    pone a secar la luz de su  plumaje.
                                                                                
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EM PORTUGUÊS
                                                                                Tradução:  Antonio Miranda
                                                                                 
                                                                                Canto do homem  da selva
                                                                                 
                                                                                Eu sou a selva indômita,
                                                                                  a tempestade de aromas da terra
                                                                                  insurgindo em galopes de torrentes.
                                                                                  Por minhas veias sonoras
                                                                                flui o perfume líquido do sol,
                                                                                  pai do fogo.
                                                                                 
                                                                                Meu pensamento fulge em chamaradas de  estrelas.
                                                                                  Nasci do parto de ouro
                                                                                  da verde tormenta.
                                                                                Não me falta nem o látego do raio, 
                                                                                Nem as rédeas do vento,
                                                                                  para ser o ginete da aurora
                                                                                  com meu poncho de nuvens
                                                                                  e a guitarra de cristal do rio
                                                                                  sobre os ombros largos do infinito.
                                                                                 
                                                                                Eu sou o que esperavam
                                                                                  os jaguares manchados de luzeiros,
                                                                                  os touros ígneos de crepúsculos,
                                                                                  os jacarés de ferro,
                                                                                  os pombos de seda,
                                                                                  para a transfusão de sangue bárbaro.
                                                                                 
                                                                                Eu sou o arquétipo desta raça selvagem
                                                                                  que quis limitar o horizonte,
                                                                                  pisar a beira mesma do planeta
                                                                                  e com o cigarros nos lábios
                                                                                  deixar-se cair,
                                                                                  deixar-se arrebatar subitamente
                                                                                  pela imensa cachoeira do espaço.
                                                                                 
                                                                                Homem da planície sem fim,
                                                                                  mais longa que a vista,
                                                                                  mais ampla que meus braços estendidos
                                                                                  numa súplica de povos.
                                                                                 
                                                                                A extensão escapa de minhas mãos,
                                                                                  rubras de palmear o vazio,
                                                                                  para os silêncios nos escutem.
                                                                                Tenho os olhos
                                                                                  de diamantes de nossas minas da infância,
                                                                                  a Cólquida oriental,
                                                                                  a que da palmeira para o arco
                                                                                  e o ipê para a fogueira.
  
                                                                                  Meu coração é uma colmeia
                                                                                e meu cérebro o formigueiro.
                                                                                  Vibram meus músculos de jiboia,
                                                                                  abrem-se cantando minhas veias.
                                                                                  Meus lábios sangram no grito de luz
                                                                                  e aroma do cravo.
                                                                                 
                                                                                Eu sou o homem da selva,
                                                                                  perfume, cântico e amor,
                                                                                  mas escondido dos relâmpagos,
                                                                                  mas rugindo como furacões.
                                                                                  Eu sou um rio de pé.
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                         Ia  de noite...
                                                                                
                                                                                  Rompi os cristais da noite
                                                                                    golpeando  com as asas de algum sonho.
                                                                                    Minhas  veias abertas em Roseiras
                                                                                    sangram o perfume da aurora.
                                                                                  Orvalho do Rosário,
                                                                                    pastorinha  de estrelas e luzeiros,
                                                                                    rompo  no riacho do silêncio
                                                                                    o  cantar de planta da lua.
                                                                                   Liquefaz-se  o espelho
                                                                                    sonoro  do espaço. 
                                                                                  Estremece o bosque num voo de sinos
                                                                                    sacudidos  às pressas pelo vento.
                                                                                  Um pássaro no rio de esmeralda
                                                                                    e  depois na árvore da aurora
                                                                                    põe  a secar a luz de sua plumagem.
                                                                                   
                                                                                
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