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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POESIA ESPANHOLA / POESÍA ESPAÑOLA

Coordenação /Coordinación de Aurora Cuevas Cerveró

 

 

 

VICENTE ALEIXANDRE

(1898 — 1984)

 

 

Nasceu em Sevilha em 26 de abril de 1898 e faleceu em Madrid em 14 de dezembro de 1984. Pertence à Geração de 27 e ganhou o Prêmio Nobel de 1977. Com dois anos de idade, sua família foi para Málaga — cidade que ele chama em sua obra de “o Paraíso”, pois ali passou a infância.  Em 1909, instalou-se em Madrid, onde se formou, e trabalhou em Direito e no Comércio. Especializou-se em Direito Mercantil, matéria que passou a ministrar na Escola de Comércio de Madrid (1920-1922).

 

Com a orientação de Dámaso Alonso, passou a ler os grande poetas, como o romântico Gustavo Adolfo Bécquer e o modernista Ruben Dario, e os poetas estrangeiros, como os simbolistas franceses. Daí passou a escrever poesia. Nos anos vinte, sofreu muito com a tuberculose, e com a retirada de um rim. Enquanto se recuperava, escreveu poemas que começaram a lhe dar fama a partir de 1926. A partir desse reconhecimento, tornou-se amigo de outros poetas da Geração de 27, tais como Federico Garcia Lorca e Luiz Cernuda. Depois da guerra, foi um dos poucos poetas de sua geração a permanecer na Espanha. Em 1949, foi eleito para a Real Academia Espanhola.

 

Bibliografia: Ámbito, Editra Litoral, 1928; Espadas como labios, Espasa Calpe, 1932; La destrucción o el amor, Signo, 1935; La destrucción o el amor, Signo, 1935; Sombra del Paraíso, Adán, 1944; Mundo a solas, Javalambre, 1950; Nacimiento último, Ínsula, 1953; Historia del corazón, Espasa Calpe, 1954; En un vasto dominio, Revista de Occidente, 1962; Retratos con nombre, El Bardo, 1965; Poemas de la consumación, Plaza & Janés, 1968; e Diálogos del conocimiento, Plaza & Janés, 1974. Além destes de poesia, publicou quatro livros em que retrata, sobretudo, a obra de autores de sua geração: En la vida del poeta: el amor y la poesía (1950), Real Academia Española; El niño ciego de Vázquez Díaz (1954), Ateneo; Algunos caracteres de la nueva poesía española (1955) , Aguilar; e Los encuentros (1958), Aguilar.

 

            Página com textos selecionados e traduzidos por Salomão Sousa, em agosto 1007.

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  / TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

En la plaza

 

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

 

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

 

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

 

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

 

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

 

Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

 

 

Los besos

 

Sólo eres tú, continua,
graciosa, quien se entrega,
quien hoy me llama. Toma,
toma el calor, la dicha,
la cerrazón de bocas
selladas. Dulcemente
vivimos. Muere, ríndete.
Sólo los besos reinan:
sol tibio y amarillo,
riente, delicado,
que aquí muere, en las bocas
felices, entre nubes
rompientes, entre azules
dichosos, donde brillan
los besos, las delicias
de la tarde, la cima
de este poniente loco,
quietisimo, que vibra
y muere. -Muere, sorbe
la vida. -Besa. -Beso.
¡Oh mundo así dorado!

 

 

COMO LA MAR, LOS BESOS

 

No importan los emblemas
ni las vanas palabras que son un soplo sólo.
Importa el eco de lo que oí y escucho.
Tu voz, que muerta vive, como yo que al pasar
aquí aún te hablo.

 

Eras más consistente,
más duradera, no porque te besase,
ni porque en ti asiera firme a la existencia.
Sino porque como la mar
después que arena invade temerosa se ahonda.
En verdes o en espumas la mar, se aleja.
Como ella fue y volvió tú nunca vuelves.

Quizá porque, rodada
sobre playa sin fin, no pude hallarte.
La huella de tu espuma,
cuando el agua se va, queda en los bordes.

Sólo bordes encuentro. Sólo el filo de voz que
en mí quedara.
Como un alga tus besos.
Mágicos en la luz, pues muertos tornan.

 

 

LA DICHA

 

No. ¡Basta!
Basta siempre.
Escapad, escapad: sólo quiero,
sólo quiero tu muerte cotidiana.


El busto erguido, la terrible columna.
el cuello febricente, la convocación de los robles;
las manos que son piedra, la luna de piedra sorda
y el vientre que es sol, el único extinto sol.


¡Hierba seas! Hierba reseca, apretadas raíces,
follaje entre los muslos donde ni gusanos ya viven
porque la tierra no puede ni ser grata a los labios,
a esos que fueron ?sí? caracoles de lo húmedo.


Matarte a ti, pie inmenso, yeso escupido
pie masticado días y días cuando los ojos sueñan,
cuando hacen un paisaje azul cándido y nuevo
donde una niña entera se baña sin espuma.


Matarte a ti, cuajarón redondo, forma o montículo,
materia vil, vomitadura o escarnio,
palabra que pendiente de unos labios morados
ha colgado en la muerte putrefacta o el beso.


No. ¡No!
Tenerte aquí corazón que latiste entre mis dientes larguísimos,
en mis dientes o clavos amorosos o dardos,
o temblor de tu carne cuando yacía inerte
como el vivaz lagarto que se besa y se besa.


Tu mentira catarata de números,
catarata de manos de mujer con sortijas,
catarata de dijes donde pelos se guardan,
donde ópalos u ojos están en terciopelos,
donde las mismas uñas se guardan con encajes.


Muere, muere como el clamor de la tierra estéril,
como la tortuga machacada por un pie desnudo,
pie herido cuya sangre, sangre fresca y novísima,
quiere correr y ser como un río naciente.


Canto el cielo feliz, el azul que despunta,
canto la dicha de amar dulces criaturas,
de amar a lo que nace bajo las piedras limpias,
agua, flor, hoja, sed, lámina, río o viento,
amorosa presencia de un día que sé existe.

 

 

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS

Tradução de Salomão Sousa

 

NA PRAIA

 

És esplêndido, esplendidamente humilde, vivificador e profundo

sentir-se sob o sol, entre os demais, impelido,

levado, conduzido, misturado, rumorosamente arrastado.

 

Não é bom

deixar-se na margem

como o quebra-mar ou como o molusco que quer calcareamente imitar a rocha.

No entanto é puro e sereno arrasar-se no destino

de fluir e perder-se,

encontrando-se no movimento com que o grande coração dos homens palpita

estendido.

 

Como aquele que ali vive, ignoro em que piso,

e que vi descer pelas escadas,

e enfiar-se valentemente na multidão e perder-se.

A grande massa passava. Mas era reconhecível o diminuto coração afluído.

Ali, quem o reconheceria? Ali com esperança, com resolução ou com fé, com temeroso denodo,

com silenciosa humildade, ali ele também

transcorria.

 

Era uma grande praça aberta, e havia odor de existência.

Um odor de grande sol descoberto, de vento eriçando-o,

um grande vento que sobre as cabeças passava sua mão,

sua grande mão que roçava os rostos unidos e os reconfortava.

 

E era o serpear que se movia

como um único ser, não sei se desvalido, não sei se poderoso,

mas existente e perceptível, mas fecundador da terra.

Ali cada um pode se ver e pode se alegrar e pode se reconhecer.

Quando, na tarde escaldante, só em teu gabinete,

com os olhos estranhos e a interrogação nos lábios,

queres perguntar algo à tua imagem,

não te busques no espelho,

num extinto diálogo em que não te ouves,

Desça, desça devagar e busca-te entre os outros.

Ali estão todos, e tu entre eles.

Oh, desnuda-te, e funde-te, e reconhece-te.

Entra devagar, como banhista que, temeroso, com muito amor e receio da água,

enfia primeiro seus pés na espuma,

e sente a água subir, e já se atreve, e quase se decide.

E agora com a água na cintura todavia não confia.

Mas estende os braços, abre enfim os dois braços e se entrega completo.

E ali forte se reconhece, e cresce e se lança,

e avança e joga espumas, e salta e confia,

e bate e pula nas águas vivas, e canta, e é jovem.

Assim, entra com os pés nus. Entra no fervor, na praça.

Entra na torrente que te reclama e ali sê tu mesmo.

Oh pequeno coração diminuto, coração que quer pulsar

para ser também o unânime coração que alcança! 

 

 

OS BEIJOS

 

Só tu és, contínua,

graciosa, quem se entrega,

quem hoje me chama. Toma,

toma o calor, a fortuna,

a cerração de bocas

fechadas. Docemente

vivemos. Morres, rendes-te.

Só os beijos reinam:

sol lento e amarelo,

rente, delicado,

que morre aqui, nas bocas

felizes, entre nuvens

rompentes, entre azuis

afortunados, onde brilham

os beijos, as delícias

da tarde, o alto

deste poente louco,

quietude, que vibra

e morre. — Morre, sorve

a vida. — Beijas. — Beijo.

Oh mundo assim dourado!

 

 

 

COMO O MAR, OS BEIJOS

 

Não importam os emblemas

nem as vãs palavras que são um só sopro.

Importa o eco do que ouvi e escuto.

Tua voz, que morta vive, como eu que ao passar

aqui ainda te falo.

Eras mais consistente,

mais duradoura, não porque te beijasse

nem porque em ti era assim firme a existência.

Talvez porque como o mar

que invade a areia temerosa se afunda.

Em verdes ou em espumas o mar, se afasta.

Como ele se foi e voltastes e nunca voltas.

Talvez porque, girando

sobre a praia sem fim, não pude achar-te.

O vestígio de tua espuma,

quando a água se vai, resta nas bordas.

Só bordas encontro. Só o fio de voz que

em mim ficara.

Como uma alga teus beijos.

Mágicos na luz, pois mortos retornam.


A felicidade

Não. Basta!
Basta para sempre.
Fuja, fuja; só quero,
só quero a tua morte cotidiana.

O busto erguido, a terrível coluna,
o colo febril, a convocação dos carvalhos,
as mãos que são pedra, lua de pedra surda
e o ventre que é sol, o único extinto sol.

Seja erva! Erva ressecada, raízes amarradas,
folhagem nos músculos onde nem os vermes vivem,
pois a terra nem pode ser grata aos lábios,
a esses que foram, sim, caracóis do úmido.

Matar a ti, pé imenso, gesso esculpido,
pé triturado dias e dias enquanto os olhos sonham,
enquanto há uma paisagem azul cálida e nova
onde uma menina íntegra se banha sem espuma.

Matar a ti, coagulação completa, forma ou montículo,
matéria vil, vomitação ou escárnio,
palavra que pendente de uns lábios roxos
vem dependurada na morte putrefata ou no beijo.

Não. Não!
Ter-te aqui, coração que pulsou entre meus dentes enormes,
em meus dentes ou cravos amorosos ou dardos,
o tremular de tua carne quando jazia inerte
como o vivaz lagarto que se beija e se beija.

Tua catarata de números,
catarata de mãos de mulher com argolas,
catarata de pingentes os cabelos se protegem,
onde opalas ou olhos estão aveludados,
onde as mesmas unhas se guardam entre encaixes.

Morre, morre como o clamor da terra estéril,
como a tartaruga esmagada por um pé desprotegido,
pé ferido cujo sangue, sangue fresco e novíssimo
quer correr e ser como um rio nascente.

Canto o céu feliz, o azul que se desponta,
canto a felicidade de amar doces criaturas,
De amar o que nasce sobre as pedras limpas,
agua, flor, folha, sede, lâmina, rio ou vento,
amorosa presença de um dia que sei existe.

 

 

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MAR Y NOCHE

 

El mar bituminoso aplasta sombras

contra sí mismo. Oquedades de azules

profundos quedan quietas al arco de las ondas.

Voluta ancha de acero quedaría

de súbito forjada si el instante

siguiente no derribase la alta fábrica.

Tumultos, cataclismos de volúmenes

irrumpen de lo alto a la ancha base,

que se deshace ronca,

tragadora de sí y del tiempo, contra el aire

mural, torpe al empuje.

Bajo cielos altísimos y negros

muge — clamor — la honda

boca, y pide noche.

Boca — mar — toda ella, pide noche;

noche extensa, bien prieta y grande,

para sus fauces hórridas, y enseña

todos sus blancos dientes de espuma.

Una pirámide linguada

de masa torva y fría

se alza, pide,

se hunde luego en la cóncava garganta

y tiembla abajo, presta otra

vez a levantarse, voraz de la alta noche

que rueda por los cielos

— redonda, pura, oscura, ajena,

dulce en la serenidad del espacio.

 

 

MAR E NOITE

 

O mar betuminoso esmaga sombras

contra si mesmo. Vazios de azuis

profundos se detêm imóveis no arco das ondas.

Larga voluta de aço seria

de súbito forjada se o instante

seguinte não demolisse a alta oficina.

Tumultos, cataclismos de volumes

irrompem do cimo à base,

que se desfaz bramindo,

devoradora de si e do tempo, contra o ar

mural, entorpecida pelo arranco.

Sob céus altíssimos e negros

ruge - clamor - a funda

boca e implora pela noite.

Boca - mar - toda ela implora pela noite,

noite ampla, negra e enorme,

retém as hórridas fauces e arma

todos os brancos dentes de espuma.

Uma pirâmide linguada

de massa turva e fria

se alça, implora,

funde-se logo na côncava garganta

e tremula abaixo, prestes outra vez

a se erguer, devoradora da alta noite,

que roda pelos céus

- redonda, pura, escura, alheia,

doce na serenidade do espaço.

 

(Tradução de Carlos Felipe Moisés)

 




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