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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POESÍA ESPAÑOLA
Coordinación de AURORA CUEVAS CERVERÓ
Universidad Complutense de Madrid

 

 

Foto:  http://certamenliterariocepa.blogspot.com/

 

DIEGO DONCEL

Diego Doncel Manzano ( Malpartida de Cáceres, Cáceres, 1964) es un poetanovelista y crítico español.

En 1990, Diego Doncel ganó el premio Adonais con su poemario El único umbral. Desde entonces no ha dejado de escribir, siendo autor de tres novelas y cuatro libros de poesía más. En 2012 recibió el Premio Café Gijón de novela por Amantes en el tiempo de la infamia

Es cofundador de la revista hispano-lusa Espaço/Espacio escrito y es colaborador habitual en la prensa escrita. También fue el director de la colección "Los solitarios y sus amigos" de la editorial Calambur. Ha dirigido cursos para distintas instituciones culturales como Círculo de Lectores, Círculo de Bellas Artes ( Madrid) y ha dado conferencias y lecturas en España, Europa y EE. UU. Hoy es docente en el instituto madrileño mejor valorado de España, IES Ciudad de los Poetas.

Obra poética:

El único umbral. España: Rialp (Premio Adonais), 1990. ISBN 978-84-321-2728-1.

Una sombra que pasa. España: Tusquets (Nuevos Textos Sagrados), 1998. ISBN 978-84-7223-965-4.

En ningún paraíso. España: Visor, 2005. ISBN 978-84-7522-782-5.

Porno ficción. España: DVD, 2011.

Territorios bajo vigilacia. Poesía reunida. Visor, 2015

El fin del mundo en las televisiones.(Premio Tiflos), 2015.

Biografía extraída de

https://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Doncel

 

 

 

TEXTO EN ESPAÑOL   -   TEXTO EM PORTUGUÊS

 

 

PRÁCTICA DE LA UTOPÍA.


También yo me he puesto a conducir esta noche,
como todas las noches de este último tiempo,
con la esperanza de escaparme de aquí.
Llevo la camisa henchida por la brisa
y la luna delante incendiando de mercurio
las aguas del océano.
La radio, sintonizada en un canal muerto,
es un desierto más que me acompaña.
Paso junto a tierras muy usadas sobre
las que pesan planes de especuladores turísticos
que prometen una vida feliz.
El aire está cargado de un blanquecino gas azul
y el cielo es una lámina cambiante
con remolinos de polen, destellos de bruma
y corrientes polvorientas.
En lo alto del parabrisas, libres en el viento
nocturno, los cables telefónicos
sacuden constantemente la forma lejana
de los astros con un leve temblor.

Ya sé que nada va a salvarme,
que ya no soy siquiera aquella bella idea
nacida de la mente de los hombres,
pero me reconforta huir.
De ser algo, soy la conciencia
de lo que no se alcanza ni siquiera a soñar,
una nada muy vieja que ofrece
a las gaviotas un poco de pescado
en la escollera del puerto
y gusta de contemplar su vuelo.

Las curvas se inclinan suavemente
en un húmedo resplandor,
y los colores dorados y cobrizos del asfalto
poseen irisaciones marinas, como escamas.
Los faros de algún coche, en la calma
transparente del salitre,
rotan por el litoral como lo hace
un planeta lejano por su órbita.

Es cierto que tengo muy poca fe,
que apenas espero nada, sobre todo de mí mismo,
pero me consuela observar esas estelas de nubes
blancas y grises como paños
con los que alguien limpia el cielo,
los ojos de una estrella que, venciendo
la distancia que nos separa,
hago que se encuentren con los míos.

Como cada noche, cruzo la línea pintada
en el suelo y conduzco ilegalmente
por el carril de dirección contraria.
La mirada se pierde no en el tramo de carretera
que tengo ante mí, sino en las altas
profundidades astrales.
No me hago ninguna pregunta.

La sensación de volar es muy intensa
cuando traspaso la arista de los cambios de rasante.
Las explosiones del motor, el ruido
con que el alquitrán succiona los neumáticos,
el roce de la chapa y de los plásticos,
me hacen pensar en las explosiones
de hidrógeno y de helio de allá arriba,
en el movimiento de la materia celeste,
en la energía de la luz cruzando el espacio.


DONCEL, Diego. En ningún paraíso. (Madrid: Visor Libros, 2005)

 

 

TEXTO EM PORTUGUÊS
Tradução: ANTONIO MIRANDA

 

PRÁCTICA DE LA UTOPÍA.


Também eu me dispus a conduzir esta noite,
como todas as noites deste último tempo,
com a esperança de escapar-me daqui.
Tenho a camisa preenchida pela brisa
e a lua em frente incendiando com mercúrio
as águas do oceano.
O rádio, sintonizado em um canal morto,
é um deserto a mais que me acompanha.
Passo por terras muito usadas em
que pesam os planos de especuladores turísticos
que prometem uma vida feliz.
O ar está carregado de um blanquecino gás azul
e o céu é uma lâmina cambiante
com remoinhos de pólen, faíscas de bruma
e correntes poeirentas.
No alto do para-brisa, livre no vento
noturno, os cabos telefônicos
sacodem constantemente a forma distante
dos astros com um leve tremor.

Já sei que nada vai me salvar,
que já não sou nem mesmo aquela bela ideia
nascida da mente dos homens,
mas me reconforta fugir.
Ao ser algo, sou a consciência
do que não se alcança nem sequer em sonhar,
um nada muito velho que oferece
às gaivotas um pouco de pescado
no cais do porto
e gosta de contemplar o seu voo.

As curvas inclinam-se suavemente
em um úmido resplendor,
e as cores douradas e bronzeados do asfalto
possuem iridescências marinhas, como escamas.
Os faróis de algum carro, na calma
transparente do salitre,
rodam pelo litoral como faz
um planeta distante por sua  órbita.

É verdade que tenho muito pouca fé,
que apenas espero nada, sobretudo de mim mesmo,
mas me consola observar esses rastros de nuvens
brancas e cinzentas como panos
com os quais alguém limpa o céu,
os olhos de uma estrela que, vencendo
a distância que nos separa,
faço que se encontrem com os meus.

Como em cada noite, cruzo a linha pintada
no solo e conduzo ilegalmente
pelo carril na direção contrária.
O olhar se perde no tramo da estrada
que tenho diante de mim, mas na altas
profundidades austrais.
Não me faço nenhuma pergunta.

A sensação de voar é muito intensa
quando transpasso a aresta das mudanças da rasante.
As explosões do motor, o ruído
com que o piche suga os pneumáticos,
o roce da chapa e dos plásticos,
me levam a pensar nas explosões
de hidrogênio e de hélio mais acima,
no movimento da matéria celeste,
na energia da luz cruzando o espaço.

 

 

 

Página publicada em abril de 2020


 

 

 
 
 
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