MERCEDES MATAMOROS
                                                                                 
                                                                                Nacida  en Cienfuegos el 13 de marzo de 1851, durante mucho tiempo se creyó que  Mercedes Matamoros había nacido en 1858, es decir, siete años después de la  fecha verdadera. Fue Hortensia Pichardo, en su tesis doctoral de la carrera de  Filosofía y Letras dedicada a la gran lírica, quien corrigió la falta, al  encontrar su partida de bautismo. "Es de notarse que el error -según aclara la  prestigiosa historiadora- se inició en vida de la poetisa. Hemos de pensar que  la misma Mercedes contribuyó al equívoco o que al menos no hizo nada por  deshacerlo, debido a la natural coquetería femenina".
                                                                                Mercedes  Matamoros murió en La Habana el 25 de agosto de 1906. 
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EN ESPAÑOL   -   TEXTOS EM PORTUGUÊS
                                                                                 
                                                                                Aunque triste se va la primavera 
                                                                                ya perdidas sus rosas y verdor, 
                                                                                siempre vuelve como antes jubilosa, 
                                                                                y con ella sus cantos y su flor. 
                                                                                Pero el alma que ha herido el desengaño 
                                                                                aunque torne a la luz de un nuevo amor, 
                                                                                no conserva su angélica pureza 
                                                                                ni el mismo canto, ni la misma flor.
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                En la roca de  Leucades
                                                                                 
                                                                                
                                                                                  ¡Son ellas! ¡Son las olas  turbulentas
                                                                                    que  se levantan bruscamente airadas,
                                                                                    y  con su ronca voz, desesperadas,
                                                                                    responden  a mis íntimas tormentas!
                                                                                   
                                                                                  ¡Son ellas! ¡Sus vorágines violentas
                                                                                    cual  mis locas pasiones desatadas,
                                                                                    me  llaman a las grutas ignoradas
                                                                                    para  ocultar mis desventuras cruentas!     
                                                                                   
                                                                                  ¡Oh,  dioses! ¡Desatad de vuestra ira
                                                                                    sobre  el infiel los rayos vengadores;
                                                                                    y  que esas olas que me brinda el cielo,
                                                                                  
                                                                                    de  sus espumas entre el blanco velo
                                                                                    mi  cuerpo envuelvan y la dulce lira
                                                                                    con  que canté mis últimos amores!    
                                                                                
                                                                                 
                                                                                 
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                                                                                http://www.antoniomiranda.com.br/Iberoamerica/cuba/cuba.html 
                                                                                 
                                                                                 
                                                                                        
                                                                                 
                                                                                TEXTOS  EM PORTUGUÊS
                                                                                Tradução:  Antonio Miranda
                                                                                 
                                                                                
                                                                                   Ainda  que triste vai-se a primavera
                                                                                    e  perdendo suas rosas e o verdor,
                                                                                    sempre  volta como antes jubilosa
                                                                                    e  come las seus cantos e sua flor. 
                                                                                  Mas  a alma que feriu o desengano
                                                                                    embora  regressa à luz de novo amor,
                                                                                    não conserva sua angélica pureza
                                                                                    nem  o mesmo canto, nem a mesma flora.
                                                                                   
                                                                                
                                                                                        Na  rocha de Leucades
                                                                                
                                                                                          
                                                                                    São  elas! São as ondas turbulentas
                                                                                    que  se levantam bruscamente airadas,
                                                                                    e  com sua voz rouca, desesperadas,
                                                                                    respondem  às minhas íntimas tormentas!
                                                                                          
                                                                                  São  elas! Suas voragens violentas
                                                                                    tal  como minhas loucas paixões desatadas,
                                                                                    me  conduzem às grutas ignoradas
                                                                                    para  ocultar minha desventuras cruentas!
                                                                                          
                                                                                  Ó,  deuses! Desatai de vossa ira
                                                                                    sobre  o infiel os raios vingadores;
                                                                                    e  que essas ondas que me brinda o céu.
                                                                                   
                                                                                  de  suas espumas entre o branco véu
                                                                                    meu  corpo envolvam e a doce lira
                                                                                    com  que cantei meus últimos amores!
                                                                                          
                                                                                
                                                                                 
                                                                                Página publicada em julho de 2017