| Foto:  http://www.memoriachilena.gob.cl   CHELA REYES( Chile )
   María Zulema Reyes Valledor (n. en Santiago de Chile en 1904 y fallecida en 1988) fue una escritora y poeta chilena, conocida por su pseudónimo Chela Reyes.  Libros de poesía: Inquietud (1926); Poesías (1928); Época del alma (1937); Ola nocturna (1945); Elegías (1962).   TEXTO EN ESPAÑOL –  TEXTO EM PORTUGUÊS
 
 
 LAS CIEN MEJORES POESÍAS CHILENAS.  Selección de ALONE.    6ª. Edición.   Santiago    —  Chile: Editorial del Pacífico S. A., 1973.   234 p.                                                Ex.  bibl. Antonio Miranda   MAXIMA ELEGIA
 No buscaré la hora  que te sueñe
 ni la boca llamándote, perdida,
 ni el brazo alisará sobre la almohada
 el hueco de tu muerte, madre mía,
 porque sé que tus ojos me han mirado
 con el último gesto de la vida.
 
 Abiertos, derramados en la ojera
 de paz, en que la pena se dormía
 y el arco de las cejas ojivado,
 clavaste tu mortal melancolía
 en este terco corazón sediento
 de un no sé qué te pertenecía.
 
 No buscaré la paz que te llevaste
 ni la palabra que me salvaría,
 ni el gesto de la mano crispadora
 aprisionado entre la mano mía,
 porque sé que jamás vuelve la rosa,
 la rosa humana de raíz perdida.
 
 No buscaré la noche ni el ensueño
 ni tu manso mirar ni tu alegría,
 ni tus sencillos gestos cuotidianos
 en torno de mi llama sensitiva,
 porque sé que jamás vuelva la rosa,
 la misma rosa por la rama ardida.
 
 No llamaré en las noches cuando el viento
 bate las olas en la sed dormida
 y el quemante recuerdo se agiganta
 y tú sangras en mí como una herida,
 porque jamás vuelve la ola
 al mismo hueco de la verde orilla.
 
 No imploraré al misterio que me abra
 la obscura puerta que cruzaste un día
 con tu blanco mirar, tu blanca mano
 y el gesto blanco que te distinguía,
 porque sé que jamás esa blancura
 volverá a iluminar la vida mía.
 
 ¡Ah! si negando me quemara un ángel
 y me encendiera con su llama viva
 y arrebatada en su cendal violento
 pudiera divisarte, madre mía,
 a la derecha, como un nardo abierto
 sobre un halo de luz desvanecida.
 
 ¡Ah! si rogando el ángel me tornara
 en un ala de Dios un ciego día
 y acariciara tu blancura ausente
 al cruzar por tu cielo,  ¿me dirías
 ese nombre de amor que me creaste
 y que era tuyo porque en ti vivía?
 
 ¡Ah!, qué no diera  por volver a hallarte
 en una vuelta de la senda mía
 y aunque tú no me vieras, divisarte
 y saber que ese instante te vivía,
 ¡aunque sé que jamás mi mano abierta
 la curva de tus hombros cogería.
 
 Aunque sé que jamás tu voz antigua
 unas antiguas cosas me diría,
 dulces palabras que llorando evoco
 y que son tuyas como fue mi vida
 ¡y como fue mi corazón caliente
 en tus dulces entrañas, madre mía!
 
 No buscaré la hora que te sueñe
 ni la boca llamándote, perdida,
 porque sé que en el hueco de tu muerte
 está la muerte que me diste un día.
 Hacia ella voy viviendo, iluminada
 por el soplo de Dios, estremecida.
 
   TEXTO EM PORTUGUÊSTradução: Antonio Miranda
 
 MÁXIMA ELEGIA
 
 Não buscarei a hora em  que te sonhe
 nem a boca chamando-te, perdida,
 nem o abraço alisará sobre a almofada
 o oco de tua morte, mãe minha,
 porque sei que teus olhos me miraram
 com o último gesto desta vida.
 
 Abertos, derramados na olheira
 de paz, em que a pena dormia
 e o arco das sobrancelhas ogivado,
 cravaste tua mortal melancolía
 neste obstinado coração sedento
 de um não sei quê te pertencia.
 
 Não buscarei a paz que tu levaste
 nem a palavra que me salvaria,
 nem o gesto da mão criadora
 aprisionado entre a mão minha,
 porque sei que jamais volta a rosa,
 a rosa humana de raiz perdida.
 
 Não buscarei a noite nem a fantasia
 nem teu manso mirar nem a tua alegria,
 nem teus simples gestos quotidianos
 en torno de mi chama sensitiva,
 porque sei que jamais volta a rosa,
 a mesma rosa pela ramagem ardida.
 
 Não chamaré nas noites quando o vento
 bate as ondas na sede adormecida
 e  queimante lembrança se agiganta
 e tu sangras en mim como uma ferida,
 porque jamais volta a onda
 ao mesmo oco da verde margem.
 
 Não implorarei ao mistério que me abra
 a obscura porta que cruzaste um dia
 com teu branco olhar, tua branca mão
 e o gesto branco que te distinguia,
 porque sei que jamais essa brancura
 voltará a iluminar a minha vida.
 
 Ah! se negando me queimara um anjo
 e me acendera com sua chama viva
 e arrebatada em sua cobertura violenta
 pudesse observar-te, mãe minha,
 à direita, como um nardo aberto
 sobre uma aura de luz desaparecida.
 
 Ah! se rogando o anjo me tornara
 numa asa de Deus um cego dia
 e acariciasse tua brancura ausente
 ao cruzar pelo teu céu,  me dirias
 esse nome de amor que me criaste
 e que era teu porque en ti vivia?
 
 Ah!, que não daria  por voltar a encontrar-te
 na volta de minha senda
 e embora tu não me visses, divisar-te
 e saber que esse instante eu te vivia,
 embora saiba que jamais minha mão aberta
 a curva de teus ombros colheria.
 
 Embora saiba que jamais tua voz antiga
 umas antigas coisas me diria,
 doces palavras que chorando evoco
 e que são tuas como foi a minha vida
 e como foi meu coração ardente
 em tuas doces entranhas, mãe minha!
 
 Não buscarei a hora em que te sonhe
 nem a boca chamando-te, perdida,
 porque sei que no oco de tua morte
 está a morte que me deste um dia.
 Até ela vou vivendo, iluminada
 pelo sopro de Deus, estremecida.
 
     *
 VEJA e LEIA outros poetas do CHILE em nosso Portal:
 http://www.antoniomiranda.com.br/Iberoamerica/chile/chile.html   Página ampliada e  republicada em junho de 2022 
 
 |