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Sobre Antonio Miranda
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 

OLGA OROZCO

1920-1999)

 

Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920. Sus primeros años transcurrieron entre aquella población y Buenos Aires. En 1928, la familia se trasladó a Bahía Blanca, donde Olga se aficionó al mar, tema recurrente en su obra.

 

En 1936 se instaló en Buenos Aires, donde se recibió de maestra. Allí conoció a un grupo de colegas (más tarde calificado como la generación del 40) que cultivaban el surrealismo y fundaron la revista Canto.

 

Olga tuvo la oportunidad de viajar por países de América y Europa. Trabajó en el periodismo utilizando numerosos seudónimos.

 

Sus poemas atraían a poetas de las nuevas generaciones, que con frecuencia en homenajes y recitales rodeaban a Olga y la aclamaban, atraídos por sus textos, sin duda, pero también por su seductora personalidad. Leía inmejorablemente y, gracias a esa virtud, sus recitales resultaban espectáculos que encendían el entusiasmo del público.

 

Entre los premios que recibió destacan: el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, el Premio Municipal de Teatro por una pieza inédita titulada Y el humo de tu incendio está subiendo; el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA y el Premio Juan Rulfo que recibió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1998.

 

La muerte, el tiempo, lo sagrado, el consuelo a través e la palabra fueron rasgos fundamentales de su poesía y que se advirtieron ya desde su primer libro, Desde lejos (1946), y se confirmaron en los siguientes: Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994) y la antología Relámpagos de lo invisible (1998).

 

Fuente: http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/memorias/escritoras_hispano01/pbolgaor.htm

 

 

TEXT0S EN ESPAÑOL  / TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

EL OBSTÁCULO

 

Es angosta la puerta

y acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros,

por más que no se vea sino el espacio alado,

tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.

Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida,

con cada centelleo de la anunciación.

No consigo pasar.

Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,

el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas.

Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor.

Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio,

a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas.

No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.

Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes,

este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha.

No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido,

ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación,

recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueno perdido en el desván.

No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.

Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.

Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga                                                                                                   porque sí,

cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido,

o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.

No llegaré jamás al otro lado.

 

 

ESOS PEQUEÑOS SERES

 

En un país que amaba ya estará anocheciendo.

Coronados por sus mustias guirnaldas,

esos pequeños seres creados cuando la oscuridad

vuelven a poblar con sus tiernas músicas,

a golpear con sus manos de brillantes estíos

ese rincón natal de mi melancolía.

 

Sonríen los inasibles huéspedes,

las criaturas largamente buscadas en las secretas ramas,

en lo más escondido de las piedras,

en la sombra abandonada del que salió de ella eternamente joven.

Desde la lejanía me sonríen.

 

¿Qué inútiles sus gestos, sus caricias,

cuando algún largo tiempo nos conoce calladamente ajenos,

cuando ya no hay temor por el huyente roce de los muertos

                                                                  que amamos,

ni por el musgo que crece murmurando sobre el corazón,

ni por las voces nocturnas de los que se despiden sollozando:

—¡Yo te esperaré siempre allá, doliente desaparecida!

 

Vosotros,

que habitáis en mí la región desmoronada del miedo,

de las ansiadas compañías terrestres:

¿A qué volvéis ahora

Como un sueño demasiado violento que la infancia ha guardado?   

Apenas si un recuerdo os reconoce,

cada vez más lejanos.

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS

Tradução de Antonio Miranda

 

O OBSTÁCULO

 

É estreita a porta

por acaso vigiada por cães negros famintos e guardas como cães,

por mais que não sejam vistos senão o espaço alado,

talvez a mostra em branco de uma vertiginosa faísca.

É estreita e incerta e me corta o caminho que promete com cada boas vindas,

com cada cintilar de anunciação.

Não consigo ultrapassar.

Deixaremos para outra vez as grandes migrações,

a profusa equipagem da insônia, minha esforçada escolta de luz nas trevas.

É difícil nascer do outro lado com toda a marejada em seu favor.

Tampouco consigo entrar mesmo que reduza meu séqüito ao silêncio,

a uns poucos mistérios, a um memorial de amor, às minhas piores estrelas.

Não cabe sequer uma sombra entre cada investida e a parede.

Inútil insistir enquanto leve comigo um envoltório de possessões transparentes,

este medo insolúvel, aquele fulgor que era um jardim debaixo da geada.

Não há lugar para uma alma enrugada, para um corpo encolhido,

nem mesmo comprimindo seus laços até a mais extrema ofuscação,

recortando as nuvens ao tamanho de algum íntimo sonho perdido no desvão.

Não consigo transpor esta abertura com o pouco que sou.

São supérfluas as mãos e excessivos os pés para esta brecha esquiva.

Sempre sobra um lado como um braço de mar ou o eco se prolonga porque sim,

quando não estorva uma beirada igual que um ornamento sem brilho e sem sentido,

ou sobressai, inquieta, a nostalgia de uma asa.

Não chegarei jamais ao outro lado.

 

 

ESSES PEQUENOS SERES

 

Em um país que eu amava já deve estar anoitecendo.

Coroados por suas murchas grinaldas,

esses pequenos seres criados quando da escuridão

voltam a povoar com suas delicadas músicas,

a golpear com suas mãos de brilhantes estios

esse torrão natal de minha melancolia.

 

Sorriem os inacessíveis hóspedes,

as criaturas extensamente buscadas nos ramos secretos,

no mais escondido das pedras,

na sombra abandonada que saiu dela jovem para sempre.

De muito longe sorriem.

 

Que inúteis seus gestos, suas carícias,

quando algum tempo longo nos conhece caladamente alheios,

quando já não existe temor pelo fugaz roce dos mortos que amamos,

nem pelo musgo que cresce murmurando sobre o coração,

nem pelas vozes noturnas dos que se despedem soluçando:

- Eu te esperarei sempre por lá, dolorida fugitiva!

 

Vos,

que habitais em mim a região desmoronada pelo medo,

das ansiadas companhias terrestres:

a que regressais agora

como um sonho demasiado violento que a infância guardou?

 

Apenas uma lembrança vos reconhece,

cada vez mais distantes.

 

TEXTO EN ESPAÑOL   -- TEXTO EM PORTUGUÊS

 

BARATARIA  Revista de Poesia.  Ano 7  Número Doble 14 - 15.  Buenos Aires: Fondo Cultura BA, Junio 2005.  ISSN 1668-1460
                                                          Ex. bibl. de Antonio Miranda 


 

BOTINES CON LAZOS -   VAN GOGH

 

"Botines con lazos", de Vincent Van Gogh

¿Son dos extraños fósiles,
emisarios sombríos de una fauna sepultada en un bosque de carbón,
que vienen a reclamar un óbolo de luz para sus muertos?
¿Son ídolos de piedra,
cascotes desprendidos del obraje de los más tristes sueños?
¿O son moldes de hierro
para fraguar los pasos a imagen del martirio y a semejanza de la penitencia?

Son tus viejos botines, infortunado Vincent,
hechos a la medida de un abismo interior, como las ortopedias del exilio;
dos lonjas de tormento curtidas por el betún de la pobreza,
embalsamadas por lloviznas agrias,
con unos lazos sueltos que solamente trenzan el desamparo con la soledad,
pero con duros contrafuertes para que sea exiguo el juego del destino
para que te acorrale contra el muro la ronda de los cuervos.

Pero son tus botines, perfectos en su género de asilo,
modelos para atar a cada ráfaga de alucinada travesía,
fieles como tu silla, tus ojos y tu Biblia.
aferrados a ti como zarpas fatales desde las plantas hasta los tobillos,
desde Groot Zundert hasta la posada del infierno final,
es inútil que quieran sepultar tus raíces en una casa hundida en el rescoldo,
en el barro bruñido, el brillo de las velas y el íntimo calor de las patatas,
porque una y otra vez tropiezan con el filo de la mutilación,
porque una y otra vez los aspira hacia arriba la tromba que no entienden:
tu fuga de evadido como un vértigo azul, como un cráter de fuego.

Botines de trinchera, inermes en la batalla del vendaval y el alma:
han girado contigo en todas las vorágines del cielo
y han caído en la trampa de tu hoguera oculta bajo el incendio de los campos, sin encontrar jamás una salida,
por más que pisoteen esas flores fanáticas que zumban como abejorros amarillos,
esos soles furiosos que atruenan contra tu oreja, tan distante,
perdida como un pálido rehén entre los torbellinos de otro mundo.

Botines de tribunal, a tientas en la noche del patíbulo,
sin otro resplandor que unos pobres destellos arrancados al pedernal de la locura,
entre los que hay un pájaro abatido en medio de su vuelo:
el extraño, remoto anuncio blanco de una negra sentencia.
Resuenan dando tumbos de ataúd al subir la escalera,
vacilan junto al lecho donde se precipitan vidrios de increíbles  visiones,
trizado por una bala el árido universo,
y dejan caer a lentas sacudidas el balance de polvo tormentoso adherido a sus suelas.

Ahora husmean la manta de hiedra que recubre tu sueño junto a Theo,
allá, en el irreversible Auvers-sur-Oise,
y escarban otra tumba entre los andamiajes de la inmensa tiniebla.
Son botines de adiós, de siempre y nunca, de hambriento funeral:
se buscan en la memoria de tu muerte.

 

 

 

"Botas com Laços" de Vincent van Gogh

.
São dois fósseis estranhos,
emissários sombrios de uma fauna enterrada em uma floresta de carvão,
que vêm reivindicar um pouco de luz para seus mortos?
São ídolos de pedra,
escombros destacados do moinho dos sonhos mais tristes?
Ou são moldes de ferro
para forjar os degraus na imagem do martírio e na semelhança da penitência?
.
São as tuas velhas botas, infeliz Vicente,
feitas à medida para um abismo interior, como as órteses do exílio;
dois mercados de tormentos bronzeados pelo betume da pobreza,
embalsamados pela garoa azeda,
com alguns laços frouxos que só trançam o desamparo com a solidão,
mas com contrafortes duros para que o jogo do destino seja escasso,
para que te encurrale contra a parede a rodada de corvos
.
Mas são as tuas botinhas, perfeitas na sua espécie de asilo,
modelos a amarrar a cada rajada de viagem alucinada,
fiéis como a tua cadeira, os teus olhos e a tua Bíblia.
Agarrando-se a você como garras fatais da sola aos tornozelos,
de Groot Zundert à estalagem do inferno final,
é inútil que queiram enterrar as tuas raízes numa casa afundada nas brasas,
na lama polida, no brilho das velas e no calor íntimo das batatas,
porque de novo e novamente eles tropeçam no limite da mutilação,
porque repetidamente a torrente que eles não entendem os suga:
sua fuga da fuga como uma vertigem azul, como uma cratera de fogo.
.
Sapatinhos de trincheira, indefesos na batalha do vendaval e da alma:
eles giraram com você em todos os vórtices do céu
e caíram na armadilha da tua fogueira escondida sob os campos ardentes,
sem encontrar saída,
por mais que pisem essas flores fanáticas que zumbem como zangões amarelos,
esses sóis furiosos que trovejam contra o teu ouvido, tão distantes,
perdido como um refém pálido entre os redemoinhos de outro mundo.
.
Sapatinhos da corte, tateando na noite da forca,
sem outro brilho senão algumas pobres faíscas arrancadas da pederneira da loucura,
entre as quais há um pássaro abatido em pleno vôo:
o estranho e remoto anúncio branco de uma sentença negra.
Ressoam como um caixão ao subirem as escadas,
vacilam junto à cama onde precipitam painéis de visões incríveis,
o universo árido estilhaçado por uma bala,
e deixam cair o resto da poeira tempestuosa agarrada aos seus pés em espasmos lentos.
.
Agora cheiram o cobertor de hera que cobre seu sonho ao lado de Theo,
ali, na irreversível Auvers-sur-Oise,
e cavam outra cova entre os andaimes da imensa escuridão.
São saques de adeus, para todo o sempre, de um funeral faminto:
são procurados na memória da tua morte.
,
,

Nº 11 de Adrift Night (1984)

 

*

Página ampliada e republicada em fevereir

 

 


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