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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LEOPOLDO LUGONES

 

(Villa María del Río Seco, Argentina, 1874 - Buenos Aires, 1938) Poeta argentino. Hombre de vasta cultura, fue el máximo exponente del modernismo argentino y una de las figuras más influyentes de la literatura iberoamericana.

 

ESPAÑOL   -   PORTUGUÊS


 

Metempsicosis

Era un país de selva y amargura,-un país con altísimos abetos,-con abetos altísimos, en donde—ponía quejas el temblor del viento.--Tal vez era la tierra cimeriana--donde estaba la boca del Infierno,--la isla que en el grado ochenta y siete--de latitud austral, marca el lindero--de la líquida mar; sobre las aguas--se levantaba un promontorio negro,-- como el cuello de un lúgubre caballo,--de un potro colosal, que hubiera muerto—em su última postura de combate,--con la hinchada nariz humeando al viento.--El orto formidable de una noche-con intenso borrón manchaba el cielo,--y sobre el fondo de carbón flotaba--la alta silueta del peñasco negro.-Una luna ruinosa se perdía--con su amarilla cara de esqueleto-- en distancias de ensueño y de problema;--y  había un mar, pero era un mar eterno,--dormido en un silencio sofocante--como un fantástico animal enfermo.--Sobre el filo más alto de la roca,--ladrando al hosco mar, estaba un perro.   

Sus colmillos brillaban en la noche--pero sus ojos no, porque era ciego.--Su boca abierta relumbraba, roja-como el vientre caldeado de un brasero;--como la gran bandera de venganza--que corona las iras de mis sueños;--como el hierro de una hacha de verdugo--abrevada en la sangre de los cuellos.--Y en aquella honda boca aullaba el hambre,--como el sonido fúnebre en el hueco--de las tristes campanas de Noviembre.--Vi que mi alma con sus brazos yertos--y en su frente una luz hipnotizada--subía hacia la boca de aquel perro,--y que en sus manos y sus pies sangraban,--como rosas de luz, cuatro agujeros;--y que en la hambrienta boca se perdía--,y que el monstruo sintió en sus ojos secos--encenderse dos llamas, como lívidos--incendios de acohol sobre los miedos.

    Entonces comprendí (¡Santa Miseria!)--el misterioso amor de los pequeños;--y odié la dicha de las nobles sedas,--y las prosapias con raíz de hierro;--y hallé en tu lodo gérmenes de lirios,--y puse la amargura de mis besos--sobre bocas purpúreas, que eran llagas;--y en las prostituciones de tu lecho--vi esparcidas semillas de azucena,--y aprendí a aborrecer como los siervos;--y mis ojos miraron en la sombra--una cruz nueva, com sus clavos nuevos,--que era una cruz sin víctima, elevada--sobre el oriente enorme de un incendio,--aquella cruz sin víctima ofrecida--como un lecho nupcial. ¡Y yo era un perro!

 

LA BLANCA SOLEDAD

        Bajo la calma del sueño,
         Calma lunar de luminosa seda,
         La noche.
         Como si fuera
         El blando cuerpo del silencio,
         Dulcemente en la inmensidad se acuesta,
         Y desata
         Su cabellera
         En prodigioso follaje
         De alameda.

         Nada vive sino el ojo
         Del reloj en la torre tétrica,
         Profundizando inútilmente el infinito
         Como un agujero abierto en la arena.
         El infinito,
         Rodado por las ruedas
         De los relojes,
         Como un carro que nunca llega.

         La luna cava un blanco abismo
         De quietude, en cuya cuenca
         Las cosas son cadáveres
         Y las sombras viven como ideass.
         Y uno se pasma de lo próxima
         Que está la muerte en la blancura aquella,

         De lo bello que es el mundo
         Poseído por la antigüedad de la luna llena
         Y el ansia tristísima de ser amado
         En el corazón doloroso tiembla.
                     

 

 

FRÓES, Heitor FMeus poemas dos Outros. Traduções e versões.  Bahia, 1952.  312 p.  Ex. bibl. Antonio Miranda

 

EL DORADOR

 

 

Lector, si bien amaste, y con tu poco
De poeta y de loco, descubriste
La razón que hay para volverse loco
De amor, y la nobleza de lo triste:

 

Si has aprendido, así, a leer la estrela
En los ojos leales de la Esposa,

Y alcanzaste a saber por que es más bela
La soledad de la tardía rosa;

 

Si una mañana el cielo a tu ventana
La mariposa azul enviarte quiso;
Si has mordido hasta el fondo tu manzana,
Contento de arriesgarle el Paraíso;

 

Si a un soplo de coraje o de victoria,
Sentiste dilatarse en tu quimera
El estremecimiento de la gloria,
no el viento sonoro en la bandera;

 

Si en la conformidad de tu pan bueno,
en la franqueza de la sal que gusta
Tu sencillez cordial, te inunda el seno
Un alborozo de salud robusta;

 

Si es tu vino en su espíritu elegante,
El rubí de la generosidad;
tu agua,
en el primor de su diamante,
ha perfección de la serenidad;

 

Si afable ríe el fondo de tu saco
La veleidad de la última moneda;
Si tefe en la hebra azul de tu tabaco
La araña filosófica su seda;

 

Si cumpliendo la ley de tu destino,
Así que amengua el frío sus rigores,
Floreces como el árbol del camino,
Sin saber quién se llevará tus flores;

 

Si dueño de ti mismo en el contraste
en la ventura, con feliz prudencia
La plenitud de libertad lograste,
Exento al par de mando y de obediencia;


Si tu dolor acendra lo que toca,
en un alto heroísmo lo sublima,
Como el águila impone a toda roca
La soberbia tristeza de la cima;

Si en sencilla piedad se entrega probo,
Con ternura de pan tu corazón;
Si sobre la fiereza de tu lobo

Manos de suavidad tiende el perdón;

 

Si amas la vida y sabes merecerla,

Hasta hermosear tu propria desventura,

Tal así como afina el mar la perla

Que engendró en la inquietud y en la amargura;

 

 

Si vas perfeccionándola sincero,
Sin preocuparte del postrer fracaso,
Cual no arredra al artístico alfarero
Saber que un día ha de romperse el vaso;
        

 

Si va alcanzando en la sabidoría

La paz final tu espíritu seguro,

Como anuncia el cercano mediodía

La sombra que se acorta al pie del muro;

 

Si para aminorar la ajena angustia,
Inclinarte sabrás hacia el olvido
Con la docilidad de la hoja mustia...
Si has admirado y si has aborrecido;

 

Si has llorado también, lo que se debe
Llorar con dignidad y fortaleza;
Si ha sabido oponer a toda plebe
Antepecho de mármol tu firmeza;


Si tu ingenio, a la vez jovial y pronto,
Juzga con apacible menosprecio,
En la absoluta convicción al tonto

Y en la excesiva rectitud al necio;

 

Si con fácil bondad te contradices,

Y amable a todo el que de ti recoge,
Tu pisca de mostaza en las narices
No los priva del grano de tu troje;

 

Si consiguió tu vida diferente,
Sobre la peña o por el cauce blando,
La flexible unidad de la corriente,
Que como va corriendo, va cambiando;

 

Si fiel a la verdad que tu alma aquieta,
En la sombra estrellada de tu abismo,
La posesión de la bondad completa
Te revela que Dios está en ti mismo;

 

Si serenado de equidad, ya en tu alma
Ningún torpe deseo se encapricha;
Si el cielo es el espejo de tu calma —
No busques más, amigo, eso es la dicha.


Así forma la vida tu tesoro;
Que así las penas como los placeres,
En cada hora te dan su gota de oro.
Pero el buen dorador tú mismo lo eres


Como sólo al arder rinde el incienso
Su plenitud de aroma, vive y ama,
Para que en onda de perfume inmenso
Te alce al azul la valerosa llama.


Gloria en que todavía será prenda
De fino amor, de candida ceniza
Que a la fragante brasa de tu ofrenda
Con apagadas canas tranquiliza.

 

Dulce es ver la llegada del invierno
Que acerca un desenlace sin congojas
En la pureza del azul eterno

Y el dorado silencio de las hojas.

 

Silencio que, recóndito e dorado,
Con tu recuerdo llorará después,
La poesía del nido abandonado
En el noble misterio del ciprés.

 

Feliz con haber sido cuerdo y loco,
Sonríe a tus quimeras seductoras,

Y en tu huerto invernal reserva un poco
De lento sol para dorar tus horas.

 

 

PORTUGUÊS

 

O DOURADOR

 

         Tradução Heitor P. Froes

 

 

Se tu soubeste amar, e, tendo um pouco
De doido e de poeta, descobriste
A razão porque AMOR faz ficar louco
E o porquê da nobreza de ser triste;

 

Se da Esposa soubeste a lealdade }
Conquistar e manter, qual viva tocha;
Se compreendeste a augusta soledade
Da rosa que só tarde desabrocha;

 

Se pudeste fitar, pela manhã,
A borboleta azul que turba o sizo...
E de tarde provaste da maçã,
Sem medo de perder o paraíso;

 

Se, nesse anhelo ardente de vitória
Que teus sonhos embala a vida inteira,
Já tens sentido bafejar-te a Glória
Como a brisa que agita uma bandeira;

 

Se o teu pão alimenta de verdade
E o sal de teu espírito irradia;
E assim reúnes, com simplicidade,
Nobreza d'alma e compleição sadia;

 

Se não te falta o vinho que cintila
Como o rubi da generosidade,
Nem a linfa divina que distila
A quintessência da serenidade;

 

Se, ao consultares tua bolsa escassa,
A falta de moedas não te enleia;
E se na inconsistência da fumaça
A aranha de teu sonho faz a teia;

 

Se, em cumprimento à lei de tua sina,
Assim que o frio abranda seus rigores,
Floresces — como planta peregrina —
Pouco importando a ti quem colha as flores;

 

Se consegues ser forte na desgraça }
E na ventura sabes ter prudência, }
Do teu valor nunca fazendo praça
Nem forçando ninguém à obediência;

 

Se, ao sentir do infortúnio a aguda farpa,
De tua dor ser digno tu procuras...
Como uma águia que empresta a cada escarpa
A nobre majestade das alturas;

 

Se és generoso, para os sofredores
Trazendo sempre aberto o coração;
E, mesmo ante a vileza dos traidores,
Tens nos lábios a graça do perdão;

 

Se tu procuras merecer a vida
Amando-a até na própria desventura
— Como o mar ama a pérola escondida,
Que se gerou na angústia e na amargura;

 

Se, rumo à perfeição, não fazes caso
De possíveis derrotas ou fracassos. . .
Tal como o artista que decora um vaso
Sem temer que se parta em mil pedaços;

 

Se se aproxima da sabedoria
O teu juízo — lúcido e seguro,
Como a sombra que, ao vir o meio-dia,
Aos poucos se aconchega ao pé do muro;

 

Se, para minorar a angústia alheia,
Tu sabes encontrar o esquecimento,
E a memória dos fatos não te enleia
Quer na ventura, quer no sofrimento;

 

Se existe em ti força bastante para
Chorares com nobreza e dignidade;
Se consegues impor à turba ignara
A tua firme personalidade;

 

Se teu critério, esclarecidamente,
Sabe considerar no mesmo nível
A convicção profunda do demente
E do imbecil a ingenuidade incrível;

 

Se aos que te contradizem contradizes,
Nunca perdendo o senso e a bonomia. . .
E a mostarda lhes chegas aos narizes,
Porém sem te excederes na ironia;

 

Se teu viver deflui serenamente
— Quer sobre a penha rude ou o leito brando —
Na progressão constante da corrente,
Variável . . . mas sempre deslisando;

 

Se a consciência, que o receio acalma
Ante as manobras torpes do Inimigo,
Na sublime pureza de tua alma
Revela-te que DEUS está contigo;

 

Se no equilíbrio estável de teu ser
Nem um desejo insano o corpo invade;
Se o próprio céu reflete o teu viver. . .
Não busques mais: Tens a felicidade!

 

Assim forma o Destino o teu tesouro —
Vezes fulgindo, muita vez sem brilho;
A espaços caem novas folhas de ouro. . .
Mas o bom dourador és tu, meu Filho!

 

Tal como o incenso que, ao calor das brasas,
Exala o seu perfume capitoso,
Na chama da existência queima as asas
Se queres conhecer da vida o gozo;

 

A provação é força construtiva,
Caminho para a Glória que nos tenta;
Dela emana o calor da brasa viva
Que as brasas apagadas alimenta. . .

 

E como é grato ver chegando o inverno,
Sem perda do vigor, ou da coragem,
Na pureza sem par do azul eterno,
No silêncio doirado da folhagem!. . .

 

Evocarás, então, todo enlevado,
As dores e as venturas que tiveste. . .
 Na solidão do ninho abandonado,
No mistério da calma do cipreste.

 

Feliz por teres sido probo e louco,
Prossegue nos teus sonhos delirantes. . .
E guarda o sol contigo mais um pouco,
 Para doirar-te os últimos instantes!

 

 

Metempsicose

 

Tradução de Luiz António de Figueiredo

 

Era um país de seiva e de amargura,

um país com altíssimos abetos,

com abetos altíssimos, nas ramas

lançava queixas o tremor do vento.

Quem sabe fosse a terra cimeriana

onde estacava a bocarra do Inferno,

a Ilha que no grau oitenta e sete

de latitude austral, marca o limite

da liquidez marinha; sobre as águas

se levantava um promontório negro,

como o pescoço de um cavalo lúgubre,

de um potro colossal, que fora morto

em seu último porte de combate,

narina inchada fumegando ao vento.

O orto .formidável de uma noite

com intenso borrão manchava o céu,

e sobre o/undo de carvão boiava

o alto perfil do penhascal escuro.

Uma lua ruinosa se perdia

com sua cara amarela de esqueleto

em distâncias de sonho e de problema;

e havia um mar, mas era um mar eterno,

dormido num silêncio sufocante

como .fantástico animal en/ermo.

Sobre o gume mais alto do rochedo,

ladrando ao .fosco mar, estava um cão.

 

Caninos cintilantes no negrume,

mas não seus olhos, o cão era cego.

A boca aberta relumbrava, rubra

qual ventre flamejante de um braseiro;

como a grande bandeira de vingança

aureolando as iras de meus sonhos ;

qual ferro de um machado de verdugo

embebido no sangue das gargantas.

E no fundo dá goela uivava a fome,

como fúnebre som ecoando em oco

melancólicos sinos de Novembro.

Vi que minh'alma com seus braços hirtos

e defronte uma luz hipnotizada

se alçava rumo à boca do cachorro,

e vi que em suas mãos e pés sangravam,

como rosas de luz, quatro agulheiros;

 

e na boca esfomeada se perdia,

e que o monstro sentiu nos olhos secos

duas chamas se acender em, como lívidos

incêndios de álcool sobrevoando os medos.

 

Então eu compreendi (Santa Miséria?)

o misterioso amor dos pequeninos;

e odiei a seda dos tecidos nobres,

e as descendências com raiz de ferro;

e vi em teu lodo germinarem lírios,

e colei a amargura de meus beijos

em bocas purpurinas, que eram chagas;

e nas prostituições de tua cama

vi esparzidas sementes de açucena,

e soube aborrecer como os escravos;

e meus olhos miraram na penumbra

uma cruz nova, com seus cravos novos,

que era uma cruz sem vítima, elevada

por sobre o oriente enorme de um incêndio,

aquela cruz sem vítima ofertada

como um leito nupcial. E eu era um cão!

 

 

A BRANCA SOLIDÃO

                Sob a calma do sono,
                   Calma lunar de luminosa seda,
                   A noite,
                   Como se fosse
                   O corpo branco do silêncio,
                   Docemente na imensidão se deita.
                   E desnastra
                   A cabeleira
                   Em prodigiosa folhagem
                   De alamedas.

                   Nada vive, menos o olho
                   De relógio na torre tétrica,
                   Aprofundando inutilmente o infinito
                   Como um orifício aberto na areia.
                   O infinito,
                   Rodado pelas rodas
                   Dos relógios,
                   Como um carro que nunca chega.

                   A Lua cava um branco abismo
                   De quietude, em cujo côncavo
                   As coisas são cadáveres
                   E as sombras vivem como ideias.
                   E a gente pasma de tão próxima
                Que naquela brancura se acha a morte.

                   De tão bonito que é o mundo
                   Possuído pela antiguidade da lua cheia,
                   E a ânsia tristíssima de ser amado
                   No coração doloroso estremece.

                            Tradução de AURÉLIO BUARQUE DE HOLANDA FERREIRA
           

               

 

Página publica em julho de 2012; ampliada e republicada em dezembro de 2017. página ampliada em maio de 2018


 

 

 
 
 
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